Un cordial saludo para todos los participantes de este singular concurso, muy especialmente a su respetable conductor @lanzjoseg y a todos aquellos usuarios que, de una u otra manera, colaboran para hacer realidad la ejecución semanal de éste evento; el cual, consiste en observar una imagen fotográfica, analizarla, hacer un informe y luego publicarlo. ¡Es así de sencillo!
A continuación les presento la imagen para analizar, que corresponde a la semana del 21-01-2023 hasta el 27-01-2023
"Observa – Piensa – Escribe"
Hoy estoy observando un caballo blanco, que no es ni representa al equino de nuestro Libertador. Es el caballo del Sr. Julián, vecino de la suegra del Profesor José. Por lo que se puede notar en la fotografía es un animal cabizbajo, será porque está comiendo el monte verde que se nota al fondo. He sabido que el protagonista de la foto se llama “Firulay”, así como nombre de perro según el relato del Profesor José en su artículo.
En realidad, yo no he llegado casi de último a la entrada del concurso, tan sólo para hablar y analizar el artículo del moderador de este evento (José). Mi participación tampoco se basa en relatar una historia del “Caballo Blanco de Bolívar”, ni mucho menos cantar el “Caballo Viejo” de Tío Simón. Estoy aquí para informarles que en ciertos países europeos se come la carne de caballo; sí amigos, así como lo leen: desde muchísimo antes de la edad media hasta llegar a ésta época contemporánea se ha comido la carne de los equinos en la tan civilizada cultura occidental. Esta carne es considerada como un alimento nutritivo ya que posee mayor nivel de proteínas en comparación a otras carnes convencionales, baja en calorías, con tan poco lípido que se hace dulce y tierna al paladar.
Cuentan los datos arqueológicos que en la época del Paleolítico superior, la cultura Magdaleniense ya comía este tipo de animal ecuestre. En la historia de Europa, cuando aun no estaba cristianizada, en la cultura pagana hacían adoraciones al dios Odín y dentro del festín comían carne de caballo. Otro relato importante que da continuidad a esta costumbre tan normal para los europeos: en las batallas libradas por Napoleón Bonaparte (Francia), a los soldados le daban de comer los restos de caballos muertos en el combate, que hasta el día de hoy se ha seguido con la tradición dentro de las filas militares, y hasta civiles. En lugares exclusivos, restoranes de lujo, los comensales pueden ordenar desde un menú el mejor preparado carnívoro de un delicioso caballo relinchador.
Espero que al Profesor José no se le haga agua la boca y vaya corriendo para la casa del Sr. Julián y le pida que procese a “Firulay” para comerlo en un rico asado (risas).