El retorno a la academia | The Return to the Academy (SPA-ENG)

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Hace un mes que ascendí al grado de teniente: mi primer peldaño exitoso, colándome entre los diez primeros del escalafón. Ahora, luego de las vacaciones, ¡vaya que las merecía después de trajinar tanto custodiando la frontera!, voy con el resuelto en mano en pos del siguiente reto: desempeñarme como oficial de planta en la academia donde me formé. ¡Un honor reservado solo a los mejores!

Recuerdo el día cuando crucé estas majestuosas puertas, reminiscencias arquitectónicas afrancesadas de palacetes imperiales tornados en museos en el viejo continente, pero que aquí todavía prestan dignos servicios. ¡Sí… siento como antes! La misma ansiedad, el deseo febril por servil a la patria: Un deseo adquirido y labrado a lo largo de un lustro de arduas vivencias, donde aprendí cómo obedecer y mandar más allá de lo caballeresco.

—¡Teniente Calcaño! ¡Bienvenido al templo del deber! —saludó a viva voz, enérgico y con marcial movimiento de mano desde la visera, mi capitán Farías: un hombre próximo a los treinta y con una incipiente calvicie que había sido mi comandante de pelotón, cuatro años antes, cuando aún yo era cadete.

Mi corazón se aceleró mientras las imágenes de los buenos y malos momentos cruzaban por mi mente. Cumplí con la consabida ruta de quienes asumen las responsabilidades de los nuevos cargos. Nada me era extraño, solo que estaba del otro lado de la barda, y a la espera del regreso del batallón de cadetes. ¡Bueno, como siempre, la academia no estaba sola! Un nutrido grupo de desafortunados, tristes y cansados, coadyuvaban en las labores de rea-condicionamiento. Y aunque ellos perdieron las ansiadas vacaciones: unos, por bajo desempeño académico, y otros, por medidas disciplinarias; aun así, estaban más que agradecidos por no haber sido expulsados.

Ya de noche, a golpe de las nueve, un cadete, al lado del marmóreo león rugiente y alzado sobre sus dos patas traseras, interpretaba en la corneta la tonada tradicional y melancólica del silencio, que marcaba el cese de todas las actividades.

Desde el patio interior, en la formación de control del servicio nocturno, lo miré en la espera de un leve fallo para infligirle un castigo. Quizás, ¿por qué no? Unas cincuenta lagartijas, desde el plano inclinado de la escalinata, le ayudarán a fortalecer los bíceps antes de dormir. ¡Pero no! De seguro, será un mal estudiante, y para su fortuna, un excelente músico. Por momentos, ¡te has salvado!

—¡Calcaño!

—¡Ordene mi capitán!

—Dese diez minutos para hacer la primera ronda al octavo dormitorio. A quien esté levantado, me lo trae al patio para jugar ajedrez como en los viejos tiempos

Recordé que en mi año de graduación, yo fui un alfil que a media noche rodó como rodillo en diagonal por todo el patio envuelto en la cobija, por culpa del recluta de la pieza que no pulió bien los zapatos. Tenía sentimientos encontrados, entre la furia y la culpa, pensé que ya lo había superado.

—¿Qué espera Calcaño? ¡Váyase a hacer el recorrido! ¡Pero no se adelante a entrar al dormitorio, ni infrinja ningún castigo hasta llegar al patio!

Lo saludé, di media vuelta y rompí la marcha elevando lo más que pude la pierna izquierda. Tal como lo hacía de cadete. Hay que dar el ejemplo y causar buena impresión.

Estas instalaciones augustas y elevadas, que durante el día eran solemnes, ahora en la noche, son sombrías y desoladoras; dignas de tétricos cementerios de eras pasadas. El frío en la cara, viniendo de norte, hizo que bajara la cabeza y ver el resplandor sobre las lisas superficies de mis botas de campaña. Mientras caminaba, pensé en el significado de imaginaria, apelativo con el que llamábamos aún, al centinela interior que cuidaba el sueño a los compañeros. Supongo, que será porque uno imagina las mil maneras de no dormirse luego de una ardua faena.

Las nueve y ocho, es tiempo de subir a la segunda planta. Con suerte hallaré desprevenido a más de uno, y el Imaginaria, no tendrá oportunidad de alertar a los demás: quienes estarán, seguro, limpiando o puliendo los calzados. ¡Ja! ¡Tendré un buen juego de ajedrez con mi capitán!

¡Qué frío de octubre! Me recuerda la noche en que… ¡No seas tonto, ya eso pasó y quedó en el pasado! Además, eso fue en el tercer dormitorio.

—¡Imaginaria, no haga ruido!

—¡Ordene mi alférez!

—¡Qué alférez ni ocho cuarto! No ve que soy teniente.

—¡Sí... mi alférez Calcaño!

Esa voz me es familiar a pesar de lo susurrante, supongo que será por la acústica del techo de madera a dos aguas, y al hecho de que este recluta está arropado con el poncho encima de la gruesa chaqueta hasta la coronilla.

—Recluta, ¿cómo se llama?

—Rodríguez, mi alférez

—¡Dígame el nombre completo para anotarlo en mi agenda de trabajo!

—Distinguido Eugenio Rodríguez.

—¿Qué… es una broma?

Sentí la corriente fría avanzando y adormeciéndome la piel. El silencio era inmenso, y aunque grité, nadie respondió. Solo aquella figura ennegrecida, quien clamaba llamarse como el suicida de mi habitación, que casi me cuesta la carrera.

—¡Mi capitán, basta de bromas! ¡No me parece, para nada gracioso el recibimiento!

—Lo siento mi alférez. No tuve tiempo de pulir las botas.

Enciendo mi linterna de mano. ¡Ay… mi Dios! No tiene pies, está flotando sobre el condenado y pulido piso de granito.

—¿Qué quieres Rodríguez? ¿Eres tú? —mi corazón está a punto de estallar y mi garganta más seca que un desierto.

—¡Lo perdono mi alférez! Su culpa es menor a las de mi familia, quienes me abandonaron aquí, sin entenderme y condenándome a lo que no quería ser.

—¡Enciendan la luz por Dios!

—¡No tenga miedo! No me lo llevaré aún, aunque lo merezca!

—¿Por qué merezco que me lleves? Acaso, ¿eres del séquito de la muerte?

—Ja, ja, ja. Algo así, y te he estado observando. Veremos que tan pulida tienes el alma. ¡No tanto como tus botas, con las que pisoteas a los demás para alcanzar tus fines! Recuerdas, tal como lo hiciste conmigo. Estás entre mis favoritos en mi escalafón. Solo espero el cumplimiento de tu tiempo.

Desfallezco al ver aquel rostro sin ojos, quizás, el precio que pagan los condenados por suicidio. No puedo más… ¡Ay caigo a los pies invisibles del distinguido Eugenio Rodríguez! ¿Quiere algo de mí, o solo quiere recordarme que no soy tan bueno como pretendo? No y qué… no me llevarías!

Veo como se resquebraja el piso. ¡Debo estar alucinando! Las brasas me queman…

—El tiempo ha expirado… Ja, ja, ja. Es hora de regresar a la academia del averno y recibas tu galardón.

—¡Corran pronto! ¡Busquen los extintores antes que todo se queme!

—¡Sí mi capitán!

—¿Y el teniente Calcaño?, ¿dónde está?

—¡Está adentro, mi capitán! Alguien lo vio arrodillado y lloroso, hablando solo, mientras todo ardía.

Fin


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Un cuento original de @janaveda

Composición gráfica diseñada en www. canva.com con base en las siguientes ilustraciones:

Imagen de Clker-Free-Vector-Images en Pixabay

Imagen de PublicDomainPictures en Pixabay

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It has been a month since I was promoted to lieutenant: my first successful step, placing me among the top ten in the hierarchy. Now, after a well-deserved vacation from guarding the border, I am here with my orders in hand, ready for the next challenge: to serve as a staff officer at the academy where I was trained. A privilege reserved only for the best!

I remember the day I crossed these majestic gates, reminiscent of French architectural reminiscences of imperial palaces that have become museums in the old continent, but which still provide worthy services here. Yes... I feel the same as before! The same anxiety, the feverish desire to serve the homeland: A desire acquired and forged over the course of five years of arduous experiences, where I learned how to obey and command beyond the chivalrous.

"Lieutenant Calcaño! Welcome to the temple of duty!" - greeted with a loud voice, energetic and with a martial movement of his hand from the visor, my captain Farías: a man in his thirties with incipient baldness who had been my platoon commander four years earlier, when I was still a cadet.

My heart raced as images of good and bad times crossed my mind. I followed the usual routine of those who assume the responsibilities of new positions. Nothing was strange to me, only that I was on the other side of the fence, and waiting for the return of the battalion of cadets. Well, as always, the academy was not alone! A group of unfortunate, sad, and tired people were helping with the renovation work. And although they had lost their long-awaited vacations: some for poor academic performance, and others for disciplinary measures; even so, they were more than grateful for not being expelled.

At nine o'clock, a cadet, next to the marble lion roaring and standing on its two hind legs, played the traditional and melancholic melody of silence on the bugle, marking the end of all activities.

From the inner courtyard, in the formation of control of the night service, I looked at him in the hope of a slight mistake to inflict a punishment. Maybe, why not? Fifty push-ups from the inclined plane of the stairs will help strengthen the biceps before bed. But no! He will surely be a bad student, and luckily a great musician. For the moment, you have been saved!

"Calcaño!"

"Order my captain!"

"Take ten minutes to make the first round to the eighth dormitory. Bring whoever is up to the patio to play chess like in the old days."

I remembered that in my graduating year, I was a bishop who rolled around diagonally across the entire patio wrapped in a blanket, because of the recruit of the piece who did not polish his shoes well. I had mixed feelings, between anger and guilt, I thought I had already overcome it.

"What are you waiting for, Calcaño? Go do the rounds! But don't go ahead and enter the dormitory, or inflict any punishment until you get to the patio!"

I saluted him, turned around, and marched, raising my left leg as high as I could. Just like I did as a cadet. You have to set an example and make a good impression.

These august and elevated facilities, which during the day were solemn, are now gloomy and desolate; worthy of terrifying cemeteries of past eras. The cold on my face, coming from the north, made me lower my head and see the reflection on the smooth surfaces of my campaign boots. As I walked, I thought about the meaning of "imaginary", the name we still called the inner sentry who watched over the sleep of his companions. I suppose it is because one imagines a thousand ways not to fall asleep after a hard task.

Eight and nine, it's time to go upstairs to the second floor. With luck, I'll find more than one caught off guard, and the Imaginaria won't have a chance to alert the others: who will surely be cleaning or polishing their shoes. Ha! I'll have a good game of chess with my captain!

What a cold October night! It reminds me of the night when... Don't be silly, it's over and done with! Besides, that was in the third dormitory.

"Imaginary, don't make any noise!"

"Order my second lieutenant!"

"What second lieutenant? Can't you see I'm a lieutenant?"

"Yes... my second lieutenant Calcaño!"

That voice is familiar to me despite how soft it is, I suppose it will be because of the acoustics of the wooden roof with two slopes, and the fact that this recruit is wrapped in a poncho on top of the thick jacket to the crown.

“Recruit, what is your name?”

“Rodríguez, sir.”

“Tell me your full name so I can add it to my work schedule!”

“Distinguished Eugenio Rodríguez.”

“What... is this a joke?”

I felt a cold current moving forward and numbing my skin. The silence was immense, and even though I screamed, no one answered. Only that blackened figure, who claimed to be named after the suicide in my room, who almost cost me my career.

“My captain, enough with the jokes! I don't find this welcome funny at all!”

“I'm sorry, sir. I didn't have time to shine my boots.”

I turned on my flashlight. Oh my God! He has no feet, he's floating above the condemned and polished granite floor.

“What do you want, Rodríguez? Are you you?” My heart is about to burst and my throat is drier than a desert.

“I forgive you, sir! Your guilt is less than that of my family, who abandoned me here, without understanding me and condemning me to what I did not want to be.”

Turn on the lights for God's sake!

“Don't be afraid! I won't take him yet, even though he deserves it!”
“Why do I deserve to be taken? Are you from the entourage of death?”

“Ha ha ha. Something like that, and I've been watching you. We'll see how polished your soul is. Not as much as your boots, with which you trample on others to achieve your goals! You remember, just like you did to me. You're among my favorites in my rank. I'm just waiting for the fulfillment of your time."

I fainted when I saw that faceless face, perhaps the price that the condemned pay for suicide. I can't take it anymore... Oh, I fall at the invisible feet of Distinguished Eugenio Rodríguez! Does he want something from me, or does he just want to remind me that I'm not as good as I pretend to be? No so what... you wouldn't take me!

I see how the floor is cracking. I must be hallucinating! The embers are burning me...

“The time has expired... Ha, ha, ha, ha. It's time to return to the Academy of the Underworld and receive your award."

“Run quickly! Find the fire extinguishers before everything burns down!”

“Yes, my captain!”

“And Lieutenant Calcaño? Where is he?”

“He's inside, sir! Someone saw him kneeling and crying, talking to himself, while everything was burning.”

The end


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Originally written in Spanish and translated into English with www.deepl.com

Graphic composition designed at www. canva.com based on the following illustrations:

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Pobre Calcaño, lo prendieron por el calcañal.
Una descripción del ambiente muy acertada, desde el toque de silencio a la imaginaria, me trajiste a la memoria los cuentos de mi padre en su servicio militar, del que se licenció como fusilero granadero y alcanzo el grado de cavo furriel, con lo que se dio buena vida en la intendencia.
Otro día te cuento como un día a un general le dijo: Santo y seña … Cuerpo a tierra y cuando empujo el cerrojo del máuser, el general se devolvió y nunca más le nombraron guardias.

Tenía un montón de cuentos, para los 18 meses de servicio.

Le deseo éxito y que tenga más suerte que el hijo de la panadera.

Sí... ¿Quién quiere terminar en la Carraca? Yo no... Ja, ja, ja.

Saludos mi amigo.

Que placer conversar con tan agudo intelecto, que todas las caza al vuelo.
En la Carraca no, pero unos carnavales en Cádiz, serían épicos, disfrutando las chirigotas.

Más saludos.