El sarcasmo es el lenguaje del diablo.
— Thomas Carlyle
Cada noche es igual, mi cuerpo se transforma. Mis convulsiones hacen temblar la habitación. El aire se vuelve frío mezclándose con el vapor de mi aliento. Mis ojos se tornan pálidos como los huesos, y de mi cuerpo brotan llagas que supuran un nauseabundo pus verde claro.
Un sacerdote viejo y molesto susurraba conjuros sagrados a un lado de mi cama. Mi ira se incrementó y liberé un gruñido que hizo bailar a los cuadros y las lámparas. Mi madre, espantada en sollozos, sacó su crucifico de su pecho y lo apretó con todas sus fuerzas. Para castigarla por su impertinencia, expulsé como una bala secreciones de una de mis llagas en su rostro.
La muy tonta resbaló y cayó al suelo, mientras gemía de asco y miedo. El eco de mi risa estremeció las paredes dejando grietas en su anchura. Las alimañas rastreras salían de las aberturas acudiendo a mi llamado infernal. El viejo sacerdote se tambaleaba de un lado a otro, intentando liberarse de las arañas y cucarachas que ascendían por toda la extensión de su hábito.
A mi madre le fue peor, pues los bichos y sabandijas lograron cubrir casi la totalidad de su rostro. Levitaba sobre mi cama mientras me complacía con los gritos de sufrimiento de mis víctimas, hasta que sentí venir una presencia diferente.
La puerta de la habitación se abrió de golpe. Un hombre de gabardina negra y ojos penetrantes como flechas irrumpió el ambiente. Parecía que el tiempo por un momento se congeló. Le lancé al intruso serpientes de debajo de mi vestidura, pero estas lo evadieron como si le tuvieran miedo, luego el desconocido sacó de su ropa una cruz de plata, hecha con el acero de la espada del mismo San Miguel.
Mis fuerzas disminuyeron. Mis aullidos ahora eran de dolor. De golpe caí en la cama y mi vista se nubló. Quedé atrapado en un letargo y sin mi presencia activa, el entorno volvió a la normalidad. Pero aún sigo aquí, amenazando desde las sombras, y pronto, me vengaré y te arrastraré al infierno, exorcista.
FIN
Sarcasm is the language of the devil.
— Thomas Carlyle
Every night is the same, my body transforms. My convulsions shake the room. The air turns cold mingling with the vapor of my breath. My eyes turn pale as bones, and sores ooze from my body, oozing a nauseating light green pus.
An annoying old priest whispered holy incantations at the side of my bed. My anger increased and I released a growl that made the paintings and lamps dance. My mother shocked into sobs, pulled her crucifix from her chest and squeezed it with all her might. To punish her for her impertinence, I expelled like bullet secretions from one of the sores on her face.
The fool slipped and fell to the floor as she groaned in disgust and fear. The echo of my laughter shook the walls, leaving cracks in their width. Crawling vermin crawled out of the openings at my infernal call. The old priest staggered from side to side, trying to free himself from the spiders and cockroaches that ascended the length of his habit.
My mother fared worse, for the bugs and vermin managed to cover almost the entirety of her face. I levitated above my bed as I indulged in the suffering screams of my victims until I felt a different presence coming.
The door to the room burst open. A man in a black trench coat and piercing eyes like arrows burst into the room. It seemed that time for a moment froze. I threw snakes at the intruder from under my garment, but they evaded him as if they were afraid of him, then the stranger pulled out of his clothes a silver cross, made from the steel of the sword of St. Michael himself.
My strength diminished. My howls were now of pain. Suddenly I fell onto the bed and my vision blurred. I was trapped in a lethargy and without my active presence, the environment returned to normal. But I am still here, threatening from the shadows, and soon, I will take my revenge and drag you to hell, exorcist.