—¡Teclea, teclea, teclea!— Le gritaba Richard a Amanda desde el sillón. Su vista ya estaba cansada frente al ordenador. Las venas de sus ojos irritados estaban listas para explotar.

—Quiero tomar un descanso…— Expresó Amanda con voz exhausta.

Richard la fulminó con la mirada. —¡Te dije que teclearas! —Exclamó, después añadió una bofetada en el rostro de su esposa dejándola inmóvil por unos segundos, luego la jaló del cabello y pegó su rostro frente a la pantalla.

—¡Todavía te falta terminar el capítulo! ¡Teclea! —Vociferaba el perverso hombre mientras la pobre mujer sollozaba de miedo.

Amanda era una escritora reconocida por sus novelas románticas, su estilo conmovedor la llevó muy lejos motivada por su esposo Richard; quien trabajaba con ella como su manager. Richard se encargaba de los movimientos; tanto laborales como financieros. Era un hombre ambicioso, egoísta, déspota y tacaño, se aprovechaba del talento de Amanda ahora que ella había adquirido más fama.

Al principio, Amanda lo veía como una fuente de apoyo, pero a medida que ella fue ganando reconocimiento y más dinero, las cosas tomaron una dirección más macabra. Richard la atormentaba, la torturaba tanto psicológica y verbalmente. Usaba el chantaje como arma principal y se jactaba ante la actitud maleable de su esposa.

Amanda no tenía la voluntad de enfrentarlo. Reconocía que era una mujer débil, sumisa y deleznable. Le temía tanto a la soledad que prefería estar con un hombre maltratador que quedarse sin nada. Su actitud masoquista la llevó a un infierno mucho peor dirigido por su propio marido.

Un día, la editorial le propone a Richard que Amanda escriba una novela de terror, pues tenían la idea de marketing para dirigirse a un público más amplio y consumidor de este género. Richard, con sus ojos ambiciosos, vio la oportunidad de generar más dinero, así que aceptó la propuesta de la editorial sin consultarlo con su esposa.

—¡Teclea, Amanda, teclea! —Gritaba Richard con fiereza, obligando a su esposa a escribir dicha novela.

Los callos en las yemas le dolían. Amanda babeaba cansada frente al ordenador. Su velocidad disminuía y su vista se nublaba. El estómago le rugía como una fiera desnutrida.

—¡Necesito algo de comer, por favor! —Suplicaba a su perverso marido.

—Comerás en cuanto termines este capítulo. ¡Anda teclea!

Amanda no podía más. La cabeza le dolía como si se la apuñalaran. Sus brazos se entumían y se sentían pesados como rocas. En un momento repentino, su espalda se arqueó en dirección hacia abajo hasta tal punto que cayó contra el suelo. Todo el entorno se volvió oscuridad para ella.

Durante su desmayo, Amanda tuvo un sueño. Se hallaba en medio de una habitación extraña rodeada de tinieblas. Frente a ella, se hallaba un espejo, se reflejó en él y notó que su imagen comenzaba a reírse sin ella hacerlo.

El rostro de su reflejo se derretía como la goma, sus ojos se caían como huevos podridos y su risa se deformaba a medida que carcajeaba horrendamente. Su cabello se prendió en llamas y un alarido desgarrador rompió el cristal.

Amanda comenzó a reír tal y como su reflejo. Tan espeluznante, tan atroz; parecía que disfrutara de alguna idea tétrica y nefasta. Richard la abofeteaba para que reaccionara, mientras le decía cosas injuriosas y groseras.

La escritora despierta de repente. Clava su mirada en su abominable marido y luego se levanta del suelo. Se sienta frente al ordenador y como si nada hubiera pasado se pone a escribir.

Con cada pulsación en las teclas, la sonrisa de Amanda aumentaba hasta llegar a un punto alarmante. Tomó la máquina de escribir que tenía a un lado de su escritorio y la batió con fuerza sobre la cabeza de Richard mientras estaba distraído.

La sangre salpicaba sobre las repisas y las lámparas. El cráneo de Richard quedó más abierto que un melón partido, pero eso no detuvo a Amanda, ella quería reír más, saborear un baile de carcajadas aderezado con sangre. Luego de que se satisfizo finalmente, se sentó tranquilamente frente al ordenador y continuó con su escritura.

La novela de terror de Amanda se publicó, después que se supo lo que ella había hecho, el libro se popularizó aún más. Los lectores, intrigados y alimentados por el morbo, pasaban al capítulo más infame de la obra: “Aquí yace la cabeza de Richard.”

"Type, type, type, type!" Richard shouted to Amanda from the couch. His eyes were already tired in front of the computer. The veins in his irritated eyes were ready to explode.

"I want to take a break," Amanda said in an exhausted voice.

Richard glared at her. "I told you to type!" He exclaimed, then added a slap in his wife's face, leaving her motionless for a few seconds, then pulled her hair and stuck her face in front of the screen.

"You still have to finish the chapter, so type!" The perverse man shouted while the poor woman sobbed with fear.

Amanda was a writer known for her romantic novels. Her touching style took her very far motivated by her husband Richard; who worked with her as her manager. Richard was in charge of all the moves; both labor and financial. He was an ambitious, selfish, despot, and stingy man, taking advantage of Amanda's talent now that she had gained more fame.

At first, Amanda saw him as a source of support, but as she gained recognition and more money, things took a more macabre direction. Richard tormented her, torturing her both psychologically and verbally. He used blackmail as his primary weapon and bragged about his wife's malleable attitude.

Amanda did not have the will to confront him. She recognized that she was a weak, submissive, and despicable woman. She was so afraid of loneliness that she would rather be with an abusive man than be left with nothing. Her masochistic attitude led her to a much worse hell led by her husband.

One day, the publisher proposes to Richard that Amanda write a horror novel, as they had the marketing idea to target a more comprehensive, consumer audience for this genre. Richard, with his ambitious eyes, saw the opportunity to generate more money, so he accepted the publisher's proposal without consulting his wife.

"Type, Amanda, type!" Richard shouted fiercely, forcing his wife to write the novel.

The calluses on his fingertips ached. Amanda drooled tiredly in front of the computer. Her speed slowed and her vision blurred. Her stomach was growling like a malnourished beast.

"I need something to eat, please!" She begged her perverse husband.

"You'll eat as soon as you finish this chapter. Go on, type!"

Amanda couldn't take it anymore. Her head hurt like it was being stabbed. Her arms went numb and felt heavy as rocks. In a sudden moment, her back arched in a downward direction so far that she fell against the floor. The whole environment became dark to her.

During her blackout, Amanda had a dream. She was in the middle of a strange room surrounded by darkness. In front of her was a mirror, she reflected in it and noticed that her image began to laugh without her doing so.

Her reflection's face melted like rubber, her eyes drooped like rotten eggs and her laughter distorted as she guffawed horribly. Her hair burst into flames and a piercing shriek shattered the glass.

Amanda began to laugh just like her reflection. So creepy, so heinous; she looked like she was enjoying some grim and grim idea. Richard was slapping her to make her react while saying insulting things to her.

The writer wakes up suddenly. She fixes her gaze on her abominable husband and then gets up from the floor. She sits down in front of the computer and, as if nothing had happened, starts typing.

With each keystroke, Amanda's smile increased to an alarming point. She picked up the typewriter she had on the side of her desk and swung it hard over Richard's head while he was distracted.

Blood splattered on the shelves and lamps. Richard's skull was split open more comprehensively than a split melon, but that didn't stop Amanda, she wanted to laugh more, to savor a dance of laughter garnished with blood. After she was finally satisfied, she sat quietly at the computer and continued her typing.

Amanda's horror novel was published, and after word got out about what she had done, the book became even more popular. Readers, intrigued and fueled by morbid curiosity, would move on to the most infamous chapter of the work, "Here Lies Richard's Head."