Aromas que matan (Cuento) Aromas that kill (Story)

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Leonardo.Ai

Aromas que matan

El negro Juan creyó escuchar algo en la madrugada, se levantó con cuidado para ver de dónde venía el ruido, abrió con cuidado la ventana y un aroma desconocido lo invadió, sintió un ligero mareo, con unas ganas de volar, después salió, no sabía de quién eran las huellas que siguió, así caminó hasta que no supo más nada.

—Compadre Remigio, usted que siempre sale con Juan, ¿dígame dónde lo dejó?
—¡Ay comadre! Anoche no salí, tenía malestar de fiebre y tuve que decirle al gocho que no iría al juego de bolas.
—¿No me estará ocultando algo?
—Comadre le juro que digo la verdad.
— Pero Juan se escapó anoche y ni cuenta me di, ¡dígame si es que tiene otro lecho!
— Comadre, nosotros solo jugamos, no andamos buscando otros nidos, no creo que mi compadre haya salido a nada de eso.

Juan no apareció, pero aquello fue el comienzo. Otras familias se fueron quedando sin el jefe de la casa. Las mujeres se reunieron para ir donde Alcides, el jefe comunal para que averiguara lo qué está pasando.

—¡Cálmense mujeres! ¡No pueden hablar todas al mismo tiempo!
—Es que los hombres están desapareciendo y usted tiene que hacer algo, ¿Queremos saber qué está sucediendo en este pueblo?
Alcides se rascó la cabeza, no sabía qué respuesta darles.
—¡Carajo! Esto sí que es raro, voy a averiguar un poco y si no mandaré por un investigador, es lo que puedo prometer.
— ¡Pues hágalo ya! — gritaron todas.
—¡Vayan y recen un poco, esto parece obra del diablo!
—¡Ave María purísima! — fue el murmullo que quedó en el ambiente.

Alcides fue a visitar a Anastasia, una rezandera que ya tenía tiempo en el pueblo. Era curadora de mal de ojos, una experta casamentera y especialista en arreglar otros entuertos, pero cuando se proponía a desbaratar un matrimonio o descubrir amancebamientos, nunca fallaba.

También servía para meterle miedo a los muchachos cuando no les hacían caso a sus padres: te voy a llevar donde Anastasia, esa si te va a arreglar muchacho del carajo. Ella te siembra monstruos debajo de la cama.

Alcides titubeó antes de tocar la puerta de aquel rancho solitario en las afueras del pueblo. Respiró hondo y dio algunos golpes a la puerta.

—¡Vaya, vaya, señor Alcides Trinidad! Es un placer tenerlo por aquí. ¿En qué puedo servir a su merced?

Anastasia vivía sola y siempre estaba vestida con faldas largas que le cubrían hasta los pies, siempre llevaba un sombrero de terciopelo, pero esta vez salió con sus cabellos ondulados sueltos, como olas rojizas corriendo por el mar. Ella tenía un rostro fresco que le escondía los años. Alcides sintió como un lejano recuerdo le despertaba; sin embargo, no lo pudo evocar.

—¿tienes problemas con Rosa Elvira? Así se llama tu mujer, ¿no es así? — le dijo Anastasia.
—Así es, todos en el pueblo la conocen.
—Todas la conocen… claro, es tu mujer y ¿qué te trae por aquí?
— Supongo que sabes que hay varios hombres desaparecidos.

Anastasia se quedó mirando El fogón que en ese momento los carbones tiritaban y empujaban una llama.

— Aquí vinieron varias mujeres, pero no pude darles respuesta, pero sí sentí algo, como un aroma que viene del mar. Tenía tiempo que eso no pasaba, es como un perfume que embriaga los sentidos y mueve recuerdos, sobre todo si tienes deseos ocultos o compromisos ignorados. ¿Tú no tienes deseos ocultos, Alcides? Muchos hombres lo tienen, ese aroma es exquisito… pero hay que ser cuidadoso con la vida dejada en el pasado.

—No tengo nada oculto, Anastasia. Entonces tú sabes ¿Quién es el culpable de lo que está pasando?
—¿Culpable? Va a ser difícil encontrarlo, a menos que haya una forma de saldar deudas con el pasado.
— Si tienes la solución, solo ayúdame a resolver esto o esas mujeres me van a quemar vivo.
—Por ahora te puedes ir, no puedo ayudarte en este momento. Eso sí, señor Alcides, le voy a dar un consejo, cierre bien sus ventanas, cubra su nariz de la noche, el aire a veces trae impurezas que dañan. Anda, ve con tu mujer.

Anastasia prácticamente lo echó y cerró la puerta, desde dentro le gritó:
—¡Ven mañana, antes de que caiga la noche!

Alcides no entendía por qué aquella mujer andaba con tanto misterio. Tomó un camino más largo para llegar a la casa y poder entrar por la parte trasera, no sabía qué decir a aquellas mujeres que esperaban. ¿Por qué debo cerrar las puertas y las ventanas? Con tanto calor que está haciendo.

No sé si hice bien yendo con Anastasia, nunca he confiado en ella, dicen tantas cosas que dudar es muy fácil. ¿Será verdad lo de ese aroma? Trataba de aspirar el aire para ver si sentía un aroma distinto, pero la brisa solo traía el olor salino de la playa, la podredumbre de los puestos de venta de pescado, el humo de los fogones de leña quemando las ollas, el olor del pan dulce de la única panadería que existía en el pueblo.

Se metió en el baño para ducharse, limpiar los malos efluvios que dejó Anastasia; antes, se miró en el espejo para saber que aún era él mismo.
No, él no tenía ningún deseo oculto. Siempre había sido sincero consigo y con su mujer, se metió en el agua, convencido de sus virtudes como hombre, a pesar de los años, mantenía los consejos de su madre, todavía le servían como una regla que le permitía salir airoso en todo lo que se proponía. El trabajo honesto es lo mejor para la salud del alma. Respetar a la mujer y sus hijos, ser solidario con los vecinos, ellos son la familia más cercana. Te he criado para ser íntegro ante la ley de Dios.

Salió fresco y más tranquilo, tratando de ordenar sus pensamientos.
—¿Alguna noticia, Rosa Elvira?
—¡No! Duerme tranquilo, mañana sabremos.
—Sí, esa tranquilidad, es lo que me inquieta, ¿no sientes un olor raro?
—¡No! ¿Por qué?
—¿Alguna vez te contaron de los aromas que vienen del mar?
—La Anastasia, ya te metió esos cuentos chinos, será mejor dormir.

El viento silbaba entre los árboles que daban a la calle. Alcides despertó de golpe, porque sintió que el viento traía voces, cantos y una música que golpeaba la quietud como si las olas caminaran por las calles.
Alcides aspiraba con fuerza para ver si olía algo diferente. Su mujer, Rosa Elvira, roncaba como si un murmullo se escapara de su alma. Estaba desarropada, porque hacía mucho calor.

Será mejor que ventile un poco la casa, pensó. Oía el viento cuando tocaba el techo y regaba las hojas secas por el patio. Se levantó, fue hasta el baño y orinó. Después se detuvo para mirar la ventana cerrada.
¿Por qué debo ponerle atención a esa bruja? —pensó, —caminó despacio, destrabó el seguro de la ventana y la abrió. La luna lo recibió con una brisa fría que se le metió de golpe por la nariz y lo hizo estornudar. Su mujer no se despertó.

Miró la calle larga que se perdía a lo lejos donde los pescadores guarecían sus lanchas. A él le pareció que el mar cantaba y recordó aquella canción de joven cuando enamoraba a Rosa Elvira, también recordó aquella otra chica de cabellos ondulados que le hizo escribir el único poema que había escrito en su vida, hizo promesas que no cumplió. Su amor se debatió entre dos vertientes, fue una lucha silenciosa que le causó mucho dolor a su madre, su única confidente.

El aire frío parecía arremolinarse y le cantaba, ese mismo viento le fue trayendo aquel aroma que lo envolvía como una piel suave, revivía como sus manos navegaban por las ondulaciones de los cabellos de aquella chica que no recordaba su nombre.

Sintió como aquel aroma impregnaba todo el ambiente y vio un cortejo de almas que se levantaban como luciérnagas, invitándolo a salir. Corrió hasta las llaves para abrir la puerta, sabía que la mujer de sus sueños lo esperaba, se lo había prometido en aquel poema. Abrió la puerta para salir, sintió que lo agarraron por un brazo, lo empujaron y la puerta se cerró de golpe. Rosa Elvira lo abrazó y él se quedó dormido.

Alcides fue a la cita con Rosa Elvira. Anastasia lo esperaba con una sonrisa.
—Sabe una cosa, señor Alcides, hay que tener cuidado con lo que se oculta, eso nos puede llevar a la perdición, en este pueblo los aromas son fuertes y la brisa del mar lo riega por cada rincón, incluyendo aquellos que están en nuestra mente.
—¿A qué se refiere usted, señora Anastasia? —le respondió Rosa Elvira.
—Las mujeres como usted Rosa Elvira son las que pueden cambiar todo…, cuando se lo proponen.
—¿Por qué no nos dice lo que está pasando? Señora Anastasia, —preguntó Alcides.
—¿Se acuerda de la niña Clarisa? Hay un poema que selló un bello acuerdo que fue roto sin explicación. Esa niña hizo un pacto con fuerzas oscuras porque se había enamorado del hombre equivocado, con ese pacto quiere recuperar a ese hombre, pero para llegar a él, necesita llevar otros hombres a un mundo paralelo, una especie de pago.

Rosa Elvira pudo sentir un cambio en el olor de la brisa marina, no era un aroma a especias, a flores de jazmín, era como agua perfumada que el viento traía, romero, artemisa, quizá ajenjo con efluvios de azufre, un olor rancio que golpeaba su olfato, en cambio, a Alcides lo envolvió un incienso perturbador, de jazmines, azafrán, emanaciones capciosas que lo embriagaban, detonando un deseo dormido sobre las aguas y ahora traído con el viento para recordar a Clarisa, la chica de aquel poema olvidado. Allí estaban sus brazos esperando aquellas olas que salían de su cuerpo, allí iba listo a rendirse entre sus cabellos ondulados.

Rosa Elvira miró la cara de Alcides, él, también lo había percibido y que era ella, Anastasia, la que emana esos efluvios.

—No podía llegar a ti, Alcides, sin cumplir con lo pactado, sostener ese mundo paralelo con los secretos, las acciones ocultas de los hombres y ellos solo van a tener una oportunidad de salir, que tú Alcides, les puedes conceder, pero tienes que venir conmigo.

—No puedes hacerme esto, Clarisa…, Anastasia… yo amo a Rosa Elvira.

Rosa Elvira miró como a lo lejos, el cortejo de figuras de arena se acercaba, venían por su marido.
—¡Alcides tenemos que irnos! —gritó.

—Es tarde, Rosa Elvira, ahora es mío, —le replicó Anastasia, ahora convertida en una joven de cabellos ondulados y mirada exuberante.

Alcides parecía haber caído en trance y sus manos iban en busca de aquel rostro sonriente.

Rosa Elvira corrió y gritaba, llamando a las otras mujeres, que esperaban por sus maridos.
—¡Vengan todas, debemos romper el hechizo! —les dijo— ¡tomen ramas de abedul, roble, sauce, olmo, golpearemos a esas figuras de arena para que se deshaga lo hecho, que el viento se calme, que regresen a su morada.! ¡Apúrense!

Se armaron de ramas que los árboles les ofrecían. Corrieron hacia donde venía el cortejo de seres de arena, empezaron a golpearlos con fuerza, así le fueron ganando a la oscuridad.

Rosa Elvira oyó el grito de Anastasia, pero siguió golpeando con fuerza. El viento dejó caer la arena por el camino y Anastasia se fue evaporando dejando un aroma a especias alcanforadas. Alcides se levantó atontado y miró a Rosa Elvira qué triunfante se acercaba, él la abrazó.

Se escuchó un fuerte ruido y la puerta de la casa se abrió. Un Juan adormilado apareció seguido de otros dos, luego fueron apareciendo los demás. Juan le entregó un papel amarillento a Rosa Elvira.
—Ella dijo que lo quemaras.
Alcides se quedó mirando las llamas que convertía en cenizas el poema que olvidado.

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Leonardo.AI

Aromas that kill

The black Juan thought he heard something in the early morning, he got up carefully to see where the noise came from, he carefully opened the window and an unknown aroma invaded him, he felt a slight dizziness, with a desire to fly, then he went out, he did not know whose footprints he followed, so he walked until he knew nothing more.

—Father Remigio, you who always goes out with Juan, tell me where did you leave him?
—Oh, Comadre! Last night I didn't go out, I had a fever and I had to tell Gocho that I wouldn't go to the ball game.
—You're not hiding something from me?
—I swear I'm telling the truth.
— But Juan ran away last night and I didn't even notice, tell me if he has another bed!
— Comadre, we were just playing, we weren't looking for other nests, I don't think my compadre went out to do anything like that.

Juan did not show up, but that was the beginning. Other families were left without the head of the house. The women got together to go to Alcides, the communal chief, to find out what was going on.

—Calm down, women! You can't all talk at the same time!
—The men are disappearing and you have to do something, do we want to know what is happening in this town?
Alcides scratched his head, not knowing what answer to give them.
—Fuck! This is really weird, I'm going to find out a bit and if not I'll send for an investigator, that's what I can promise.
— Then do it already! — they all shouted.
—Go and pray a little, this seems to be the work of the devil!
—Hail Mary most pure! — was the murmur that remained in the air.

Alcides went to visit Anastasia, a healer who had been in town for some time. She cured the evil eye, was an expert matchmaker and specialist in fixing other misfortunes, but when she set out to disrupt a marriage or uncover affairs, she never failed.

It was also used to scare boys when they didn't listen to their parents: I'm going to take you to Anastasia, she's going to fix you up, boy. She plants monsters under your bed.

Alcides hesitated before knocking on the door of that lonely ranch on the outskirts of town. He took a deep breath and knocked a few times on the door.

—Well, well, Mr. Alcides Trinidad! It's a pleasure to have you here. How can I be of service to you?

Anastasia lived alone and was always dressed in long skirts that covered her down to her feet, she always wore a velvet hat, but this time she came out with her wavy hair loose, like reddish waves running through the sea. She had a fresh face that hid her years. Alcides felt a distant memory awaken him; however, he could not evoke it.

—Do you have problems with Rosa Elvira? That's your wife's name, isn't it? — said Anastasia.
—That's right, everyone in town knows her.
—Of course, she's your wife and what brings you here?
— I suppose you know there are several men missing.

Anastasia stared at the fire pit, which at that moment the coals were shivering and pushing a flame.

—Several women came here, but I couldn't give them an answer, but I did feel something, like a scent coming from the sea. It's like a perfume that intoxicates the senses and moves memories, especially if you have hidden desires or ignored commitments. Don't you have hidden desires, Alcides? Many men do, that aroma is exquisite... but you have to be careful with the life left in the past.

—I have nothing hidden, Anastasia. Then you know who's to blame for what's happening?
—Guilty? It's going to be hard to find him, unless there's a way to settle debts with the past.
— If you have the solution, just help me figure this out or those women are going to burn me alive.

—For now you can go, I can't help you at this moment. Of course, Mr. Alcides, I will give you some advice, close your windows tightly, cover your nose from the night, the air sometimes brings impurities that are harmful. Go on, go to your wife.

Anastasia practically threw him out and closed the door, from inside she shouted at him:
—Come tomorrow, before night falls!

Alcides did not understand why that woman walked with so much mystery. He took a longer way to get to the house so he could enter through the back, he did not know what to say to those women who were waiting. Why should I close the doors and windows? It's so hot out.

I don't know if I did right going with Anastasia, I have never trusted her, they say so many things that doubting is very easy. Could it be true about that smell? He tried to inhale the air to see if he could smell a different aroma, but the breeze only brought the salty smell of the beach, the rottenness of the fish stalls, the smoke of the wood stoves burning the pots, the smell of the sweet bread from the only bakery in town.

He went into the bathroom to take a shower, to clean the bad effluvia left behind by Anastasia; first, he looked in the mirror to know that he was still himself.
No, he had no hidden desires. He had always been honest with himself and with his wife, he went into the water, convinced of his virtues as a man, despite the years, he kept his mother's advice, it still served as a rule that allowed him to succeed in everything he set his mind to. Honest work is the best for the health of the soul. Respect your wife and children, be supportive of your neighbors, they are your closest family. I have raised you to be upright before the law of God.

He came out fresh and calmer, trying to put his thoughts in order.
—Any news, Rosa Elvira?
—No! Sleep peacefully, tomorrow we'll know.
—Yes, that tranquility is what worries me, don't you feel a strange smell?
—No! Why?

—Did anyone ever tell you about the smells coming from the sea?

—Anastasia, she's already told you those tall tales, it would be better to sleep.

The wind whistled through the trees overlooking the street. Alcides woke up suddenly, because he felt that the wind brought voices, songs and music that hit the stillness as if the waves were walking through the streets.
Alcides breathed in hard to see if he smelled something different. His wife, Rosa Elvira, snored as if a murmur escaped from her soul. She didn't use the blanket, because it was too hot.

I'd better air out the house a bit, he thought. She could hear the wind as it touched the roof and blew the dry leaves around the yard. He got up, went to the bathroom and peed. Then he stopped to look at the closed window.
Why should I pay attention to that witch? —he thought, —he walked slowly, unlocked the window and opened it. The moon greeted him with a cold breeze that blew in through his nose and made him sneeze. His wife did not wake up.

He looked down the long street that ran off into the distance where the fishermen were sheltering their boats. It seemed to him that the sea was singing and he remembered that song as a young man when he fell in love with Rosa Elvira, he also remembered that other girl with wavy hair who made him write the only poem he had ever written in his life, he made promises he did not keep. His love was debated between two sides, it was a silent struggle that caused much pain to his mother, his only confidant.

The cold air seemed to swirl and sang to him, that same wind was bringing him that aroma that enveloped him like a soft skin, he relived how his hands navigated through the undulations of the hair of that girl who did not remember her name.

He felt how that aroma permeated the whole atmosphere and saw a procession of souls rising like fireflies, inviting him to leave. He ran to the keys to open the door, he knew that the woman of his dreams was waiting for him, she had promised him in that poem. He opened the door to go out, he felt that he was grabbed by one arm, he was pushed and the door slammed shut. Rosa Elvira hugged him and he fell asleep.

Alcides went to the appointment with Rosa Elvira. Anastasia was waiting for him with a smile.
—You know something, Mr. Alcides, we must be careful with what is hidden, it can lead us to perdition, in this town the aromas are strong and the sea breeze waters it in every corner, including those that are in our mind.
—What are you referring to, Mrs. Anastasia? —Rosa Elvira answered.
—Women like you Rosa Elvira are the ones who can change everything..., when they set their minds to it.
—Why don't you tell us what's going on? Mrs. Anastasia, —asked Alcides.
—Do you remember the girl Clarisa? There is a poem that sealed a beautiful agreement that was broken without explanation. That girl made a pact with dark forces because she had fallen in love with the wrong man, with that pact she wants to get that man back, but to get to him, she needs to take other men to a parallel world, a kind of payment.

Rosa Elvira could feel a change in the smell of the sea breeze, it wasn't an aroma of spices, of jasmine flowers, it was like perfumed water that the wind brought, rosemary, mugwort, perhaps wormwood with effluvia of sulfur, a rancid smell that hit her sense of smell, on the other hand, Alcides was enveloped by a disturbing incense, of jasmine, saffron, captious emanations that intoxicated him, detonating a desire asleep on the waters and now brought with the wind to remember Clarisa, the girl of that forgotten poem. There were his arms waiting for those waves that came out of his body, there he was ready to surrender, sunk in her wavy hair.

Rosa Elvira looked at Alcides' face, he, too, had perceived it and that it was her, Anastasia, who emanated those effluvia.

—I couldn't come to you, Alcides, without fulfilling what was agreed, to sustain that parallel world, fed with the secrets, the hidden actions of men and they will only have one chance to leave, that you Alcides, can grant them, but you have to come with me.

—You can't do this to me, Clarisa.... Anastasia... I love Rosa Elvira.

Rosa Elvira looked as in the distance, the cortege of sand figures approached, they were coming for her husband.
—Alcides, we have to go! —she shouted.

—It's late, Rosa Elvira, now he is mine, —replied Anastasia, now transformed into a young woman with wavy hair and an exuberant look.

Alcides seemed to have fallen into a trance and his hands went in search of that smiling face.

Rosa Elvira ran and shouted, calling the other women, who were waiting for their husbands.
—Come all of you, we must break the spell! —Take branches of birch, oak, willow, elm, we will hit those sand figures so that what has been done is undone, so that the wind calms down, so that they return to their abode! Hurry!

They armed themselves with branches that the trees offered them. They ran towards where the cortege of sand beings came, they began to hit them with force, in this way they were winning over the darkness.

Rosa Elvira heard Anastasia's scream, but continued hitting them hard. The wind let the sand fall on the road and Anastasia evaporated leaving an aroma of camphorated spices. Alcides stood up stunned and looked at Rosa Elvira who triumphantly approached, he embraced her.

A loud noise was heard and the door of the house opened. A sleepy Juan appeared followed by two others, then the others appeared. Juan handed Rosa Elvira a yellowish paper.
—She said to burn it.
Alcides stared at the flames that turned the forgotten poem into ashes.

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Sin pecado concebido.
Apreciado Señor:
Mis aplausos y reconocimiento, esto sí que da miedo, que el pasado te venga a buscar para cobrarte una deuda de amor. Me trajo a la memoria la leyenda del Cristo de la Vega, nada que ver con el Zorro.

Un verdadero placer leer su cuento, intriga y pasión en todo momento.
Saludos cordiales y éxito.

Agradecido por tu comentario, yo ando como muchacho tratando de aprender cada día más en cuentos de intriga, suspenso, misterio y policiaco. Me encantan esos temas. Saludos.