Mi musa se ha ido
Pocas veces la recuerdo como en estos últimos días, ahogada en risotadas espontáneas y rendida ante su perversa inocencia. Creía que pocas veces afrontaría un huracán sin igual, su desparpajo de energía era incandescente y brillaba hasta en la oscuridad; pero siempre ignoro la fortuita razón de su existencia, su innato desapego, exacerbado por un puñado de malas experiencias.
Danzando entre la lluvia, desnuda en el oleaje de pleamar. Mascullando frases ininteligibles, ponzoñosa en su debilidad. Pero ¡cómo no perderse en esa inmensa contradicción que tanto me atrapaba! Racionalmente, nada me ataba a ella, aún así, la atracción era innegable y, hasta me atravería a decir, insostenible.
El reloj se alimentaba con voracidad de todo aquello que nos quedaba juntos, hasta que la noche de luna llena llegó.
Sus alas no se escuchaban más desde la cubierta, sus pasos ya no eran una danza sin fin. Sabía que su momento de partir había, inherentemente, arribado, por más congoja que aquello me generase en el pecho. La eterna desidia de estar tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Cuánto había esperado por aquello que ya se había ido; la nostalgia me apuñalaba con una intensidad que no podía tolerar.
Mi musa se ha ido, sólo tengo las dádivas de su gracia conmigo. Sus risotadas resonando en el eco de la eternidad, vagando por las profundidades de mi mente y ahogándome en recuerdos agridulces. Soñando en el éter por la próxima vez que el mar y el destino hagan fortuito nuestro cruce.
Las olas ya no rompen con la misma gracia y el sol no brilla con la misma intensidad, sólo he quedado reducido a las cenizas que, pertrechas por la melancolía, han de sobrellevar mi penumbra.
En mi arrabal de sentimientos laxos, su presencia vuelve a visitarme, tiñiendo de locura y vulnerabilidad cada uno de mis momentos. La siento, su tacto suave y gentil me apabullan, pero no puedo verla. Es en su irascible influencia que me pone de rodillas ante lo que nunca quise ser.
Mi mar ya se ha teñido de gris, en su candente frivolidad por arroparme en memorias. Mis frases ya no conjugan con fascinación por los rincones de mi mente, sólo ha quedado el pretérito calor de su recuerdo.
Mi musa ya ha partido.
Foto tomada por mi
My muse is gone
I rarely remember her like these last few days, drowned in spontaneous laughter and surrendered to her perverse innocence. He believed that he would seldom face a hurricane without equal, his energy self-confidence was incandescent and shone even in the dark; but I always ignore the fortuitous reason for his existence, his innate detachment, exacerbated by a handful of bad experiences.
Dancing in the rain, naked in the high tide waves. Mumbling unintelligible phrases, poisonous in its weakness. But how not to get lost in that immense contradiction that caught me so much! Rationally, nothing tied me to her, yet the attraction was undeniable and, I would even dare to say, unsustainable.
The clock fed voraciously on everything that we had left together, until the night of the full moon arrived.
His wings were no longer heard from the deck, his steps were no longer an endless dance. I knew that his time to leave had inherently arrived, no matter how much anguish that generated in my chest. The eternal laziness of being so close and so far at the same time. How much he had waited for what was already gone; homesickness stabbed at me with an intensity I couldn't tolerate.
My muse is gone, I have only the gifts of her grace with me. Their laughter resounding in the echo of eternity, wandering through the depths of my mind and drowning me in bittersweet memories. Dreaming in the ether for the next time that the sea and destiny make our crossing fortuitous.
The waves no longer break with the same grace and the sun does not shine with the same intensity, I have only been reduced to ashes that, armed with melancholy, have to bear my gloom.
In my suburb of lax feelings, his presence visits me again, coloring each of my moments with madness and vulnerability. I feel her, her soft, gentle touch overwhelms me, but I can't see her. It is in its irascible influence that brings me to my knees before what I never wanted to be.
My sea has already been dyed gray, in its white-hot frivolity for wrapping me up in memories. My sentences no longer conjugate with fascination for the corners of my mind, only the past warmth of their memory has remained.
My muse has already left.
Foto tomada por mi