It was one of those days when the heat seemed to melt even the spirit. The thermometer read 38 degrees, and the air felt like a suffocating hug. But for Sofía, that was not enough reason to stay locked up at home.
He tied his sneakers, filled a bottle with water and went out. The street was almost empty, except for a dog sleeping in the shade of a tree and a grandmother watering the plants on her balcony. The colors of the city glowed brighter in the sunlight, as if even the walls were straining to withstand the heat.
The park was nearby, and although it was not the best time to walk, Sofia had always believed that life's small pleasures should not depend on the weather. Upon arriving, he looked for the shadiest path, where the trees intertwined like a natural shelter.
As he walked, the heat was no longer his enemy. Instead, he began to feel the power of the present: the rustling of dry leaves under his feet, the song of cicadas, the sweet aroma of jasmines that adorned a corner of the park.
He sat on a bench, took a sip of water and closed his eyes. The wind, though warm, caressed her skin as a reminder that even the hottest days had their beauty.
Sofia smiled. Because in the end, even if it was hot, going out was always worth it.
Era uno de esos días en los que el calor parecía derretir hasta el ánimo. El termómetro marcaba 38 grados, y el aire se sentía como un abrazo sofocante. Pero para Sofía, aquello no era motivo suficiente para quedarse encerrada en casa.
Se ató las zapatillas, llenó una botella de agua y salió. La calle estaba casi vacía, salvo por un perro que dormía a la sombra de un árbol y una abuela que regaba las plantas en su balcón. Los colores de la ciudad brillaban más intensos bajo la luz del sol, como si incluso las paredes se esforzaran por soportar el calor.
El parque estaba cerca, y aunque no era el mejor momento para caminar, Sofía siempre había creído que los pequeños placeres de la vida no deberían depender del clima. Al llegar, buscó el sendero más sombreado, donde los árboles se entrelazaban como un refugio natural.
A medida que caminaba, el calor dejó de ser su enemigo. En su lugar, comenzó a sentir el poder del presente: el crujir de las hojas secas bajo sus pies, el canto de las cigarras, el aroma dulce de los jazmines que adornaban un rincón del parque.
Se sentó en una banca, tomó un sorbo de agua y cerró los ojos. El viento, aunque cálido, le acariciaba la piel como un recordatorio de que incluso los días más ardientes tenían su belleza.
Sofía sonrió. Porque al final, aunque hiciera calor, salir siempre valía la pena.