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Nuestro sistema olfativo es tan magnĂficamente concebido que en combinaciĂłn con el cerebro se convierte en una base de datos ilimitada e itinerante. En referida base de datos (secciĂłn de recuerdos), se albergan fragancias que nos evocan gratos momentos (lugares, personas, situaciones, …), pero tambiĂ©n, se fijan recuerdos desagradables con los olores fĂ©tidos. En ambas circunstancias, cada aroma despertará en nosotros «sentimientos» emotivos o de desafecto e indiferentes.
Entre los aromas que despiertan en mis «grandes sentimientos», es la fragancia de la colonia Chi-Chi de Rene Desses. Se preguntarán por quĂ© un hombre de mi edad se enternece por la sutileza de una colonia para niñas, es la colonia que utilizaba mi hija SofĂa. Es que mi memoria olfativa, pese a que han pasado 15 años, insiste en la vigencia de esos recuerdos (sentir que me acarician y me consuelan, escuchar que nos llama, oĂr una canciĂłn que ella solĂa tararear, percibir su inconfundible aroma...). Es quizás uno de los regalos más bonitos, abstractos y especiales que uno de nuestros cinco sentidos es capaz de regalarnos. Ya que, al fin y al cabo, la memoria olfativa es como una puerta hacia el pasado, una máquina del tiempo perfecta que nos traslada a cualquier escenario especial que hayamos almacenado en esa base de datos que les mencionĂ© al principio.
El aroma de la ropa de mi hija, es un puente entre dos mundos, “el tangible y el etĂ©reo”. Es un suspiro de recuerdos, un abrazo que trasciende el tiempo y el espacio. Un caleidoscopio de emociones, una sinfonĂa de recuerdos. No temo inhalarlo profundamente, porque en esa fragancia, ella sigue viva en mi corazĂłn.
Hay un aroma de la naturaleza que relaja mis sentidos, que me hace viajar a un bioma microscĂłpico. Cuando cae una suave lluvia sobre la tierra seca, se producen vapores, ese perfume de la naturaleza se conoce como petricor. Si te encuentras sumergido en una ciudad es difĂcil que lo hayas percibido, a menos que te encuentres cerca de un área verde en contacto con la lluvia. A mĂ, me fascina, me desestresa el petricor.
Soy adicto a un elixir. Me agrada sentarme y disfrutar de la puesta del sol con una taza de cafĂ© humeante. El aroma del cafĂ© es un abrazo matutino, un suspiro de la tierra que se eleva desde la taza. Es un despertar en tonos cálidos, como si el sol mismo se hubiera filtrado en cada grano tostado. Las notas de cacao y avellana se entrelazan, bailando en el aire como hojas secas en un viento suave. El vapor se eleva, llevando consigo la promesa de un nuevo dĂa. Es la nostalgia de momentos compartidos alrededor de una mesa donde el tiempo se hace eterno…
Si la felicidad tuviera olor, ÂżCuál serĂa?
Indudablemente, en el suave dulsor de la vainilla. La felicidad se despliega como un abrazo cálido, como el aroma que se entrelaza con los recuerdos más dulces, como las cálidas tardes en la cocina de mamá, donde las galletas recién horneadas llenaban el aire con su fragancia invitándonos un vaso de leche.
La vainilla, con su dulzura sutil y notas amaderadas, hurga en nuestra base de datos los momentos compartidos alrededor de una mesa familiar y de amigos; de risas y confidencias de la infancia. Es el ingrediente secreto que transforma lo ordinario en algo extraordinario, como si cada cucharadita de extracto de vainilla contuviera un pedacito de alegrĂa.
Cuando sientas el aroma de la vainilla, cierra los ojos y déjate llevar. En ese instante, la felicidad se encuentra en cada molécula, en cada nota olfativa que se despliega a tu alrededor. En ese pequeño gesto de inhalar profundamente, encuentras la magia de la vida en su forma más simple y hermosa.
Nuestro sistema olfativo es tan magnĂficamente concebido que en combinaciĂłn con el cerebro se convierte en una base de datos ilimitada e itinerante. En referida base de datos (secciĂłn de recuerdos), se albergan fragancias que nos evocan gratos momentos (lugares, personas, situaciones, …), pero tambiĂ©n, se fijan recuerdos desagradables con los olores fĂ©tidos. En ambas circunstancias, cada aroma despertará en nosotros «sentimientos» emotivos o de desafecto e indiferentes.
Entre los aromas que despiertan en mis «grandes sentimientos», es la fragancia de la colonia Chi-Chi de Rene Desses. Se preguntarán por quĂ© un hombre de mi edad se enternece por la sutileza de una colonia para niñas, es la colonia que utilizaba mi hija SofĂa. Es que mi memoria olfativa, pese a que han pasado 15 años, insiste en la vigencia de esos recuerdos (sentir que me acarician y me consuelan, escuchar que nos llama, oĂr una canciĂłn que ella solĂa tararear, percibir su inconfundible aroma...). Es quizás uno de los regalos más bonitos, abstractos y especiales que uno de nuestros cinco sentidos es capaz de regalarnos. Ya que, al fin y al cabo, la memoria olfativa es como una puerta hacia el pasado, una máquina del tiempo perfecta que nos traslada a cualquier escenario especial que hayamos almacenado en esa base de datos que les mencionĂ© al principio.
El aroma de la ropa de mi hija, es un puente entre dos mundos, “el tangible y el etĂ©reo”. Es un suspiro de recuerdos, un abrazo que trasciende el tiempo y el espacio. Un caleidoscopio de emociones, una sinfonĂa de recuerdos. No temo inhalarlo profundamente, porque en esa fragancia, ella sigue viva en mi corazĂłn.
Hay un aroma de la naturaleza que relaja mis sentidos, que me hace viajar a un bioma microscĂłpico. Cuando cae una suave lluvia sobre la tierra seca, se producen vapores, ese perfume de la naturaleza se conoce como petricor. Si te encuentras sumergido en una ciudad es difĂcil que lo hayas percibido, a menos que te encuentres cerca de un área verde en contacto con la lluvia. A mĂ, me fascina, me desestresa el petricor.
Soy adicto a un elixir. Me agrada sentarme y disfrutar de la puesta del sol con una taza de cafĂ© humeante. El aroma del cafĂ© es un abrazo matutino, un suspiro de la tierra que se eleva desde la taza. Es un despertar en tonos cálidos, como si el sol mismo se hubiera filtrado en cada grano tostado. Las notas de cacao y avellana se entrelazan, bailando en el aire como hojas secas en un viento suave. El vapor se eleva, llevando consigo la promesa de un nuevo dĂa. Es la nostalgia de momentos compartidos alrededor de una mesa donde el tiempo se hace eterno…
Si la felicidad tuviera olor, ÂżCuál serĂa?
Indudablemente, en el suave dulsor de la vainilla. La felicidad se despliega como un abrazo cálido, como el aroma que se entrelaza con los recuerdos más dulces, como las cálidas tardes en la cocina de mamá, donde las galletas recién horneadas llenaban el aire con su fragancia invitándonos un vaso de leche.
La vainilla, con su dulzura sutil y notas amaderadas, hurga en nuestra base de datos los momentos compartidos alrededor de una mesa familiar y de amigos; de risas y confidencias de la infancia. Es el ingrediente secreto que transforma lo ordinario en algo extraordinario, como si cada cucharadita de extracto de vainilla contuviera un pedacito de alegrĂa.
Cuando sientas el aroma de la vainilla, cierra los ojos y déjate llevar. En ese instante, la felicidad se encuentra en cada molécula, en cada nota olfativa que se despliega a tu alrededor. En ese pequeño gesto de inhalar profundamente, encuentras la magia de la vida en su forma más simple y hermosa.
Dedicado a todos aquellos escribas que contribuyen, dĂa a dĂa, a hacer de nuestro planeta, un mundo mejor.
Dedicado a todos aquellos escribas que contribuyen, dĂa a dĂa, a hacer de nuestro planeta, un mundo mejor.
Gracias a @brujita18 por considerar invitarme a este llamado de la comunidad #mundohispano. El reto de esta semana se centra en «Si la felicidad tuviera olor, ÂżCuál serĂa?».
Creo que aún estás a tiempo de participar, únete a la comunidad de #mundohispano y explota la creatividad literaria que adormece dentro de cada uno… @chironga67, @sacra97, @lauril, @atreyuserver and @silher.
Échame el Cuento
Our olfactory system is so magnificently conceived that it becomes an unlimited, roaming database in combination with the brain. In this database (memories section), fragrances are stored that evoke pleasant moments (places, people, situations, etc.), but unpleasant memories with foul odours are also recorded. In both circumstances, each aroma will awaken emotional or disaffected and indifferent “feelings” in us.
Among the aromas that awaken “big feelings” in me, is the fragrance of Chi-Chi cologne by Rene Desses. You may wonder why a man my age is moved by the subtlety of a cologne for girls, it is the cologne that my daughter SofĂa used. My olfactory memory, despite the fact that 15 years have passed, insists on the validity of those memories (feel that they caress me and comfort me, hear that she calls us, hear a song that she used to hum, perceive her unmistakable aroma...). It is perhaps one of the most beautiful, abstract and special gifts that one of our five senses can give us. Since, after all, olfactory memory is like a door to the past, a perfect time machine that takes us to any special scenario that we have stored in that database that I mentioned at the beginning.
The aroma of my daughter's clothes is a bridge between two worlds, “the tangible and the ethereal.” It is a sigh of memories, a hug that transcends time and space. A kaleidoscope of emotions, a symphony of memories. I'm not afraid to inhale it deeply, because in that fragrance, she is still alive in my heart.
There is an aroma of nature that relaxes my senses, that makes me travel to a microscopic biome. When a soft rain falls on dry land, vapours are produced, that perfume of nature is known as petrichor. If you are immersed in a city it is difficult for you to notice it, unless you are near a green area in contact with the rain. For me, petrichor fascinates me, it de-stresses me.
I'm addicted to an elixir. I like to sit back and enjoy the sunset with a steaming cup of coffee. The aroma of coffee is a morning hug, a sigh of the earth that rises from the cup. It is awakening in warm tones as if the sun itself had filtered into each roasted grain. Notes of cocoa and hazelnut intertwine, dancing in the air like dried leaves in a soft wind. The steam rises, carrying with it the promise of a new day. It is the nostalgia of moments shared around a table where time seems eternal…
If happiness had a smell, what would it be?
Undoubtedly, in the soft whisper of vanilla. Happiness unfolds like a warm hug, like the aroma that is intertwined with the sweetest memories, like the warm afternoons in mom's kitchen, where freshly baked cookies filled the air with their fragrance, inviting us to a glass of milk.
The Vanilla, with its subtle sweetness and woody notes, searches our database for the moments shared around a table with family and friends; of laughter and childhood confidences. It's the secret ingredient that transforms the ordinary into something extraordinary as if every teaspoon of the vanilla extract contained a little piece of joy.
When you smell the vanilla aroma, close your eyes and let yourself go. At that moment, happiness is found in every molecule, in every olfactory note that unfolds around you. In that small gesture of inhaling deeply, you find the magic of life in its simplest and most beautiful form.
Our olfactory system is so magnificently conceived that it becomes an unlimited, roaming database in combination with the brain. In this database (memories section), fragrances are stored that evoke pleasant moments (places, people, situations, etc.), but unpleasant memories with foul odours are also recorded. In both circumstances, each aroma will awaken emotional or disaffected and indifferent “feelings” in us.
Among the aromas that awaken “big feelings” in me, is the fragrance of Chi-Chi cologne by Rene Desses. You may wonder why a man my age is moved by the subtlety of a cologne for girls, it is the cologne that my daughter SofĂa used. My olfactory memory, despite the fact that 15 years have passed, insists on the validity of those memories (feel that they caress me and comfort me, hear that she calls us, hear a song that she used to hum, perceive her unmistakable aroma...). It is perhaps one of the most beautiful, abstract and special gifts that one of our five senses can give us. Since, after all, olfactory memory is like a door to the past, a perfect time machine that takes us to any special scenario that we have stored in that database that I mentioned at the beginning.
The aroma of my daughter's clothes is a bridge between two worlds, “the tangible and the ethereal.” It is a sigh of memories, a hug that transcends time and space. A kaleidoscope of emotions, a symphony of memories. I'm not afraid to inhale it deeply, because in that fragrance, she is still alive in my heart.
There is an aroma of nature that relaxes my senses, that makes me travel to a microscopic biome. When a soft rain falls on dry land, vapours are produced, that perfume of nature is known as petrichor. If you are immersed in a city it is difficult for you to notice it, unless you are near a green area in contact with the rain. For me, petrichor fascinates me, it de-stresses me.
I'm addicted to an elixir. I like to sit back and enjoy the sunset with a steaming cup of coffee. The aroma of coffee is a morning hug, a sigh of the earth that rises from the cup. It is awakening in warm tones as if the sun itself had filtered into each roasted grain. Notes of cocoa and hazelnut intertwine, dancing in the air like dried leaves in a soft wind. The steam rises, carrying with it the promise of a new day. It is the nostalgia of moments shared around a table where time seems eternal…
If happiness had a smell, what would it be?
Undoubtedly, in the soft whisper of vanilla. Happiness unfolds like a warm hug, like the aroma that is intertwined with the sweetest memories, like the warm afternoons in mom's kitchen, where freshly baked cookies filled the air with their fragrance, inviting us to a glass of milk.
The Vanilla, with its subtle sweetness and woody notes, searches our database for the moments shared around a table with family and friends; of laughter and childhood confidences. It's the secret ingredient that transforms the ordinary into something extraordinary as if every teaspoon of the vanilla extract contained a little piece of joy.
When you smell the vanilla aroma, close your eyes and let yourself go. At that moment, happiness is found in every molecule, in every olfactory note that unfolds around you. In that small gesture of inhaling deeply, you find the magic of life in its simplest and most beautiful form.
Dedicated to all those scribes who contribute, day by day, to making our planet a better world.
Dedicated to all those scribes who contribute, day by day, to making our planet a better world.
Thanks to @brujita18 for considering inviting me to this call from the #mundohispano community. This week’s challenge focuses on “If happiness had a smell, what would it be?”