El peso de tu traición
Aquel día en que mis ojos decidieron seguirte a todas partes, me perdí, me sumí en una extraña locura, y tus chistes malos, tu risa cuando los contabas, se convirtieron en mi melodía favorita.
Aquí, en esta cuesta indeterminada y sin cimiento, donde el eco de tu marcha resuena en cada rincón de mi ser. No puedo evitar sentir que me has soltado injustamente, como si fuera una carga demasiado pesada para tus frágiles hombros. Entonces me cuestiono, una y otra vez, qué hice mal, en qué momento dejé de ser suficiente para ti.
Es irónico, el dolor es ahora mi compañero constante. Cuando cierro los ojos, es inevitable que se humedezcan. Y despierto, creyendo que todo ha sido un mal sueño, pero la realidad me golpea con la fuerza de mil temporales. Tu ausencia es un vacío que no puedo llenar, una herida que no deja de sangrar. Intento calmar este tormento con el único refugio que he encontrado: el alcohol. Cada sorbo es un intento desesperado de acallar las voces de mi cabeza, de adormecer el lamento que me consume.
Y mientras bebo, puedo recordar los días en que éramos inseparables, cuando nuestras risas llenaban el aire y nuestros sueños se entrelazaban como las ramas de un árbol. ¿Cómo es posible que todo eso se haya desvanecido tan rápidamente cuando emigramos a este país? Me siento traicionado, abandonado en un mar de incertidumbre y desesperación. Cada botella vacía es un testimonio de mi lucha por encontrar algo de paz, aunque sea momentánea.
Sí, las noches son sin duda las peores. La oscuridad se cierne sobre mí como un pesado manto, y los recuerdos de lo que solíamos ser me atormentan sin piedad. Me pregunto si alguna vez piensas en mí, si alguna vez sientes un atisbo de remordimiento por lo que has hecho. Pero esas preguntas siguen sin respuesta, flotando en el aire como fantasmas que se niegan a desaparecer.
Intentar encontrar consuelo en los consejos compasivos de amigos y familiares detrás de una pantalla móvil, me entristece, me gustaría recibir un abrazo. Pero nada parece aliviar este profundo dolor que llevo dentro. Soy como un náufrago en un océano de pena, aferrado a cualquier cosa que me mantenga a flote. Y, sin embargo, cada día me hundo un poco más, arrastrado por la corriente de mis propios pensamientos.
El alcohol es mi escape, la forma de adormecer el sufrimiento que me consume. Sé que no es una solución, solo una tregua temporal en esta guerra interna. Me pregunto si alguna vez encontraré una salida a esto.
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