Memorias difusas: el niño que olvidó
—Únicamente tengo una pregunta, ¿cómo fue tu infancia?
La verdad es que no recuerdo mucho. Algunos dicen que fui un niño feliz, que corría por los campos de trigo de un pequeño pueblo ruso. Pero esos recuerdos no son míos, son historias que otros me han contado por lástima.
Señor, soy incapaz de recordar, solamente conservo fragmentos sueltos, es como si una parte de mi vida hubiera sido arrancada de raíz, como cuando arrancas las páginas de un libro, dejándome un vacío que no puedo llenar.
Lo que sí recuerdo es un lugar de luces blancas y frías, el sonido constante de voces en un idioma que apenas entendía, también pasillos lúgubres, las manchas en las paredes, el sonido de puertas sobre bisagras secas, ese olor a humedad en mi cama.
Mi memoria se aclara un poco más tarde, desde el momento en que me trasladaron de allí, creo que me dijeron que tenía 12 años. Y me inscribieron en un extraño instituto, me enseñaron a manejar armas y me dieron un nombre. Si no me equivoco, ese nombre es el que tengo. Axel Portichea. En fin, mi casa estaba en medio de un barrio donde había inmensos galpones que usaban para guardar contrabando; era un lugar frío y extraño del que, por supuesto, no me dejaban salir.
Sé lo que intenta descubrir, señor, pero ni yo mismo sé cómo llegué a todo eso. Aunque recuerdo sus rostros siempre ocultos tras máscaras y gafas.
A veces, en mis sueños, veo otros fragmentos de lo que podría ser mi infancia. Experimento el dolor de las agujas y el frío de las mesas metálicas. También visualizo a una mujer con el rostro distorsionado, con un vestido azul, y unas manos suaves que me acarician el cabello. Un perro corre a mi lado, su ladrido alegre resuena en mis oídos. Pero al despertar, esos recuerdos se desvanecen como el humo, dejándome una sensación de pérdida y desorientación.
He intentado recomponer mi pasado, como si fuera un rompecabezas barato. A pesar de lo mal que me lo hace mi instinto, he buscado respuestas en archivos y entre las pocas personas que podrían saber algo. Pero siempre me encuentro con puertas cerradas y miradas esquivas. Es como si mi infancia se hubiera borrado no únicamente de mi mente, sino también del mundo.
No recordar mi infancia es una frustración constante. Es como si una parte de mí estuviera siempre fuera de mi alcance, una sombra que no puedo atrapar. Cada vez que intento recordar, me topo con un muro impenetrable. Es desesperante no saber quién fui, no tener esos recuerdos que todo el mundo da por sentado.
Las pesadillas se repiten una y otra vez, dejándome con una sensación de desasosiego esa voz que me aterroriza y me dice cuándo es el momento de asesinar a alguien.
Me siento como un extraño en mi propia vida, lucho contra ese vacío, por encontrar sentido en medio de la confusión. Me niego a continuar siendo un asesino, pero siempre acabo cometiendo algo atroz. Dentro de mí plantaron algo maligno.
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