Por una gota de tu sangre
La noche siempre se cierne sobre la ciudad como un manto de sombras, y yo, un ser de las tinieblas, me deslizo por las calles desiertas. Me llamo Marcellus y soy un vampiro. No de esos seres románticos que la literatura moderna ha idealizado, sino una criatura de pesadilla, un depredador que acecha en la penumbra.
Se nos considera una plaga maldita, y eso me parece bien. De hecho, dicen que todo empezó porque criaturas enfermas, ajenas a este mundo, surgieron del mismísimo inframundo para beber la sangre de los seres vivos. Los que sobrevivían al ataque se convertían en inmortales y formaban parte de un ejército sediento de sangre.
Mi existencia comenzó hace siglos, en una época en la que los humanos aún temían lo desconocido. Fui transformado por un antiguo vampiro, un ser tan antiguo que su nombre se ha perdido en el tiempo y en mi memoria. Desde entonces, he vagado por el mundo, alimentándome de la sangre de los vivos para mantener mi inmortalidad.
Esta noche, sin embargo, algo era diferente. Sentía una inquietud en el aire, la sensación de que algo terrible estaba a punto de suceder. Me dirigí a un viejo edificio abandonado, un lugar que había utilizado como refugio durante los últimos meses. Al entrar, el olor a humedad y podredumbre me golpeó, pero no me importó. Estaba acostumbrado a la fetidez.
Me acerqué a un espejo roto que colgaba de la pared y me imaginé mirando mi reflejo borroso, que mostraba un rostro pálido y unos ojos rojos como el fuego. Siempre me obligaba a imaginarme, así como un recordatorio constante de lo que me había convertido. Pero esta noche era diferente, creo que mis ojos reflejaban algo más: miedo.
De repente, oí un ruido detrás de mí. Me giré rápidamente, con los sentidos agudizados por siglos de caza. Allí, en la penumbra, vi una figura encapuchada. No era humana, lo supe al instante. Su presencia emanaba una energía oscura y antigua.
—¿Quién eres? —pregunté, mi voz resonando en el silencio.
La figura se acercó y pude verle la cara. Era un vampiro, pero no un vampiro cualquiera, era una chica. Sus ojos negros como la noche, y su piel tenía un tono grisáceo. Había algo en ella que me hizo sentir una profunda inquietud.
—No soy más que la heredera y juez de tu destino, Marcellus —dijo con una voz que parecía surgir de las profundidades del abismo—. He venido a reclamar lo que es mío.
Antes de que pudiera reaccionar, la vampiresa se abalanzó sobre mí a una velocidad sobrehumana. Sus colmillos se clavaron en mi cuello, haciendo que un dolor indescriptible recorriera mi cuerpo. Luché por defenderme, su fuerza era abrumadora, mi sangre fluía, mi vitalidad se desvanecía.
Entonces, algo cambió. Una furia primigenia despertó en mí y, con un grito de rabia, conseguí apartarla de un golpe. La vampiresa cayó al suelo, sorprendida por mi resistencia. Aproveché el momento y me abalancé sobre ella, con mis colmillos, buscando su cuello.
La batalla fue feroz, pero conseguí someterla. Cuando su sangre llenó mi boca, sentí una oleada de poder, me sentí vivo. Y la información de su legado pasó a formar parte de mi memoria en un segundo. Comprendí que no era una vampira cualquiera; su linaje tenía una fuerza que nunca había experimentado. Era hija de la criatura que me convirtió en lo que soy.
Cuando terminé, me levanté, sintiéndome más fuerte que nunca. Su cuerpo yacía inerte a mis pies, y me invadió una sensación de triunfo. Entonces, una voz resonó en mi mente.
—Esto es solo el principio, Marcellus.
Entendí que había algo más grande en juego, algo que no comprendía del todo. Pero una cosa era cierta: mi existencia había cambiado para siempre. Sí, era más poderoso, pero también más vulnerable. Heredé y tomé algo que no era mío y la oscuridad me reclamó; sabía que no habría escapatoria. Sin embargo, me sentía maravillosamente extasiado con tanto poder.
Salí del edificio, con la noche aún joven. La ciudad se extendía ante mí, llena de presas desprevenidas. Pero ahora no tenía hambre ni sed, había algo más que deseaba cazar: un propósito. Imagino que en mi rostro luce una expresión de satisfacción y maldad, pues en este preciso instante me siento dichoso. Sé que la oscuridad es a la vez más poderosa y más adictiva, y estoy dispuesto a abrazarla, por una gota de su sangre.
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