Image by Agung Pandit Wiguna
huérfano de padre y madre,
quedó solo en la sabana
con su abuelo y su corcel.
Cuidaba un rancho pequeño,
de su abuelo era herencia,
junto a su yegua Centella
cumplía su diligencia.
El niño era muy valiente,
con el llano se entendía,
a su abuelo le prometió
que la tierra no perdería.
Las noches eran frías,
el viento soplaba fuerte,
el niño se arropaba
con su poncho y su ponchera.
La soledad lo invadía,
pero su fe no cedía,
luchaba con las adversidades
con la alegría que tenía.
El rancho era muy modesto,
pero para él era su tesoro,
trabajaba desde temprano
para ganarse su sustento.
Centella era su compañía,
su fiel amiga y su guía,
juntos recorrían la sabana
en busca de agua y comida.
El niño creció en la llanura,
fuerte y valiente como un toro,
con su abuelo aprendió la vida,
y en la sabana encontró su tesoro.
Hoy en día sigue en la llanura,
a su tierra sigue siendo fiel,
con su caballo y su valentía
defiende su hogar con todo su ser.
El niño se hizo un hombre,
con esfuerzo y dedicación,
trabajando día a día
en su humilde plantación.
Y aunque la vida es dura
en la llanura sin igual,
él sigue adelante
con su fortaleza moral.
El rancho ya es más grande,
con ganado y siembra en crecimiento,
su abuelo aunque se ha ido
se sintió orgulloso en su momento.
Y así sigue su vida,
en la llanura sin igual,
el niño huérfano valiente
que logró su propio bienestar.
Centella sigue a su lado,
con su mirada tierna y fiel,
y juntos cabalgan por la sabana
en busca de nuevos retos por hacer.
El niño huérfano valiente
se convirtió en un líder natural,
que guía a su comunidad
con su ejemplo y humildad.
Y aunque la vida le dio duro,
él nunca se dejó vencer,
siempre luchando con coraje,
por un futuro mejor y sin temer.
Así sigue su historia,
en la llanura venezolana,
un niño huérfano valiente,
que con trabajo y amor a su hogar gana.