Si existe un país que se distingue por su hospitalidad tanto en tiempos buenos como en momentos nada favorables ese es México, no tengo la menor duda de ello. Cuando era niño no entendía muchas de las cosas que a los adultos preocupaban, lo cierto es que de un día para otro, sin aviso, sin despedirme de mis familiares y amigos, con la tarea escolar a medio camino, fui obligado a hacer mi equipaje con lo poco que tenía (más juguetes que ropa la verdad) y tomar un avión con destino a la gigantesca capital mexicana.
La frase "refugiado político" era lo que más retumbaba en mi cabeza, a mis ocho años ese término no era algo que dominara mi conocimiento. Repentinamente estabas en tu país, quedaste con tus amigos en jugar una partida de béisbol en el callejón de la esquina y al otro estabas entre extraños, con hambre, frío y miedo a cientos de kilómetros de tu casa. Mi padre tenía esa mala costumbre de reclamar reivindicaciones al gobierno a sabiendas que esa, actitud suele terminar con alguien desapareciendo sin rastro o luciendo una pijama de madera antes de lo esperado.
Pero a pesar de lo angustioso que puede sonar el principio de este relato la verdad es que nuestro periodo en México fue hermoso. Las personas nos recibieron con cariño, hice muchos amigos, algunos bromeaban conmigo por mi acento extraño (para ellos) a otros les pareció hasta interesante yo la verdad me sentía como medio agrandado, como si fuera el caramelo de chocolate entre un millón de caramelos de fresa.
Cinco años estuvimos refugiados en México, cinco años que me parecieron fascinantes salvo por un detalle: el gusto de esta gente por el sabor picante. Se los juro, mi pobre lengua y estómago jamás se pudieron adaptar a semejante ataque sin piedad, es que hasta las chucherías tienen un muy fuerte ardor lacrimógeno. Sí, la comida es una delicia cuando el contenido de picante es menor a cero, y no te dejes convencer, si un mexicano te dice: "no pica casi" ten la seguridad que terminarás como un dragón.
Por allá por los ahora lejanos años 80 y 90 del pasado Siglo XX percibía a México como un país muy religioso, extremadamente católico, (no sé ahora pero en ese entonces en comparación con mi país el fervor por la fe católica era impresionante). Mi familia no es creyente, a mi nunca me bautizaron ni tampoco asistía a la iglesia por lo que recuerdo que los chicos en clase me veían como una especie de hijo de Satanás y muchos evitaban acercarse a mi persona.
A México llegué justo después de concluido el mundial de Fútbol en el año 1986, el furor por ese deporte seguía a flor de piel, supongo que era una forma de mitigar los efectos del devastador terremoto producido el año anterior, tan inolvidable como los famosos goles de Maradona contra Inglaterra en el legendario Azteca. En mi vida había visto algo tan triste y a la vez tenebroso como un edificio en ruinas, cerca de donde vivía en Tlaltelolco, cerca de una manzana en reconstrucción pero con algunos edificios cuyas ruinas eran la prueba de lo que es capaz de hacer la naturaleza cuando se enoja con nosotros. Igualmente los constantes temblores en la tierra además del continuo hundimiento de la ciudad también te lo hacían recordar por si se te olvidaba.
Pero igual para fue más fácil adaptarse a los sismos que al picante, lo sentía hasta divertido (sí que fui un niño inocente), por otra parte los demás chicos en la escuela sabían lo que había qué hacer cada vez que el suelo se movía, yo simplemente les seguía el protocolo.
La vida continuó, la integridad de mi familia no corría peligro, al menos desde el punto de vista político, por lo que decidimos regresar a nuestro terruño. Esta vez sí pude despedirme de mis "carnales", de la vecindad, de la güera (mi primera novia), de los tacos, las gorditas, las carnitas, y muchas cosas, para empezar de nuevo en una tierra que apenas recordaba, que si bien me recibieron con los brazos abiertos me trataban como extranjero dado mi marcado acento mexicano con la característica jerga de la nación que me dió refugio. Descubrir esta comunidad me hizo recordar con cariño está etapa de mi vida y por supuesto si los administradores me lo permiten quisiera compartir por este medio todas esas cosas que el cariño que tengo a México, su cultura y tradiciones me hacen quererla como si fuera el país donde nací. Saludos a todos y hasta una próxima oportunidad.
La imagen presentada es de mi creación y autoría.