El cielo estaba despejado. El sol no picaba tanto, pues eran apenas las ocho de la mañana. La gente iba llegando poco a poco a la plaza, algunos de los que pasaban por allí se quedaban mirando y luego se iban. Los muchachos se entretenían en los árboles y otros jugaban pelota.
Lo extraño era la estatua. Ya no estaba, y en su lugar había una valla que ofrecía los más sublimes sabores habidos y por haber. Lo curioso es que cambiaba de colores, y a veces aparecían unas letras que nadie entendía.
Cuando llegó el Iluminado, dijo que había recibido una revelación divina, y con su potente voz comenzó a llamar a la gente. Su perorata inició con el cuento de los días antiguos, cuando los hombres apenas podían reconocer los colores, y así empezó su divagación sobre cientos de historias, producto tal vez de su arruinada imaginación.
El Iluminado decía que pronto vendría el eclipse final, la razón última de la salvacion eterna, y que ese cartel que sustituía la estatua del prócer más antiguo era la evidencia de lo inesperado.
La gente le pasaba por un lado, mientras su pequeño auditorio lo escuchaba entre la incredulidad y el asombro. Poco a poco, sin embargo, lo fueron dejando solo. El Iluminado, en un arranque de éxtasis, alzó aún más su voz, al punto de que los niños que estaban jugando salieron corriendo, entre la confusion y el llanto.
La valla de pronto empezó a transformarse, y el Iluminado gritaba con todas sus fuerzas. El sudor le caía por la frente, la camisa empapada. Ya el calor comenzaba a sentirse con más fuerza, y la gente buscaba un refugio contra el inclemente sol.
Algunos decían que era cosa nunca antes vista. Otros apenas se dieron cuenta del cambio de la estatua, y la valla que empezaba a arder ante el rugido del Iluminado.
Así fue como el día empezó a arder, consumiendo todo lo que había: la plaza, los niños las casas, los vehículos, los árboles... Solo quedaba el Iluminado, en medio de su trance, contando el fuego de las noches de luna llena y la venida del eclipse que ya habia ocurrido y que lo habia arrasado todo, para crear de nuevo la vida con el último suspiro del hombre que caía, su cuerpo empapado de niebla y sudor.
