Hola, lectores. Espero que esta semana haya sido de provecho en todo lo que hayan hecho. En mi caso particular, terminé de leer -Bueno, eso fue un par de semanas atrás- una novela que se llama Cuando canta el búho de Janet Frame.
Les cuento rapidito de qué va la novela: se trata de una familia de un pueblo imaginario de Nueva Zelanda, donde vive una familia cuyos miembros tienen diferentes problemas y viven situaciones en realidad complicadas. Uno de los protagonistas sufre de epilepsia, y con el tiempo, a otra la internan en el manicomio.
Y no les cuento más porque deberían leer esa obra. Les confieso que al principio es un poco complicado de entender porque tiene un aire muy Faulkner, pero cuando le agarras el ritmo vas captando la esencia de la historia.
Lo que quiero comentar (porque esto no es una reseña literaria) es que, mientras leía, y según la solapa del libro, Janet Frame fue paciente psiquiátrico y que estuvo internada, recibió muchas terapias de electroshock y tenía pautada una lobotomía.
El asunto es que la lobotomía se la suspendieron días antes de que se la hicieran, y todo por un libro. Sí, así como lo leen. Resulta que días antes de su operación ganó un premio literario, que además era prestigioso en su país, y ese fue su pase a la salvación. Si quieren saber más sobre su vida, les invito a leer la biografía de Janet Frame y esta novela en particular.
Esto me lleva a pensar en la frase que a veces consideramos cliché de tanto usarla: "La literatura salva". En este caso, no fue en sentido metafórico, sino literal. Janet Frame fue una prueba viviente de cómo el quehacer literario puede, de cierta forma, combatir contra ese mundo interno que tanto nos atormenta.
Recientemente pude darme cuenta de que existen muchos terapeutas que recomiendan la escritura para hacerle frente a la depresión, y talleres enfocados a la escritura terapéutica.
Pero también pienso en mí y en lo que me llevó a escribir por primera vez, cuando no sabía cómo expresar lo que sentía, cómo abordar la muerte de mi abuelo y no encontraba la manera de soltar ese vendaval interno que me estaba matando por dentro.
Hasta que un día, una noche sin poder dormir tomé un cuaderno y un lápiz y comencé a escribir, y escribí y solté todo eso que me estaba matando y por fin pude encontrar la manera, la forma. Y lloré, por supuesto.
Ahora no recuerdo qué fue lo que escribí, pero sé que fue un poema, un mal poema como todos los primeros que uno escribe, pero ese primer mal poema me permitió descubrir lo que me ayudaría hasta hoy y que en parte se convirtió en un oficio que no ha terminado de cuajar: Escribir.
Janet Frame escribió sobre ella, sobre su vida, sus vivencias, en clave de ficción. Luchó toda su vida contra sus demonios, contra sus problemas de salud mental. Logró escribir varios libros y ser reconocida. Logró vivir una larga vida, y todo gracias a ese primer libro que publicó.
Yo logré superar, de a poco, la pérdida de mi abuelo, y sobrellevar mis luchas gracias a la escritura, gracias a este medio que se mantiene a lo largo del tiempo y que forma parte de mí, y que no sabría cómo vivir sin esto, porque puedo expresarme de forma callada, esto es, que escribo y escribo y converso conmigo mismo mientras tecleo estas palabras y las dejo sueltas.
Ya dirán ustedes qué piensan al respecto y cuál ha sido el medio por el cual lograron "salvarse" de aquello que les hacía o les sigue haciendo daño.
