Chancho Panzón knelt on the bow in search of divine mercy, while Marina mimicked him mockingly. The harsh winds shook the ship as if it were a hammock; the toughest men cried and asked heaven for salvation, but Chancho Panzón was such a vile man that his wife enjoyed seeing him in bad shape.
The thunder made the picture even worse, the dolphins whistled and the fish jumped in the sea, everything was in complete chaos. Marina enjoyed the rain and was released in the storm, when it raged she was ready to face it. It had been many years since she had started in the world of sea travel, she had even faced hurricanes and great onslaughts of cetaceans.
Wet all over, she danced with disdain while her companions begged for their lives, she was unique, with a sense of reality that made her unafraid of the challenges that came her way. Her marriage to Chancho Panzón had been more for the sea than for herself, she loved the waters, but women were not allowed to set sail alone.
Then, along came this grumpy man and she knew her time had come, although, if it had been up to her, she would surely have postponed the marriage forever. Soon she had been confined to the galley, but, her rebelliousness brought her to the helm: she knew her place was wherever the fate of the ship was decided. Her husband disliked the idea, but soon began to notice that his wife was made of steel.
—Come all of you, over there in the distance, Land! —Marina shouted ecstatically— Come on!, you cowards, get up!
An imposing land was approaching, however, the storm was at its height. A bald, highly literate man named Sabiondo, who, looking from afar, managed to know where they were headed, invited the others to get up and weigh anchor. Then the men, almost sobbing, began to sing an old hymn.
save us!
Lord, you who make us vibrate,
still us!
Lord, you who take care of us,
Help us to trust!
Marina ignored them, even though the mission was funded by church income. She was free and liked to think of the God they served as being quite friendly. From afar she glimpsed her husband and could not understand how she could, with the same mouth with which she cursed men, implore favors from the God she preached.
The waters suddenly calmed down, and Chancho Panzón shouted for joy, getting drunk on aniseed. Soon he would forget his old fear and they would reach other lands to bring salvation to a new place and wipe out those who resisted. The sea would end for a few days and then another voyage, another destination. And Marina in the bow, listening to the men shouting:
forgive them!
Lord, you who know everything,
teach us!
THE END
Chancho Panzón se arrodillaba en la proa en busca de la misericordia divina, mientras tanto, Marina lo remedaba con sorna. Los vientos inclementes sacudían el barco como si de una hamaca se tratara; los hombres más duros lloraban y pedían al cielo la salvación, pero, Chancho Panzón, era un hombre tan vil, que su esposa disfrutaba de verle mal.
Los truenos hacían aún peor el panorama, los delfines silbaban y los peces saltaban en el mar, todo era un completo caos. Marina disfrutaba de la lluvia y se liberaba en la tormenta, cuando esta se arreciaba ella ya estaba lista para enfrentarla. Habían pasado muchos años desde que se había iniciado en el mundo de los viajes en el mar, incluso había enfrentado huracanes y grandes embestidas de los cetáceos.
Mojada a cuerpo entero, bailaba con desdén mientras sus compañeros imploraban por sus vidas, ella era única, ataviada de un sentido de la realidad que le hacía no temerles a los desafíos que se le presentaban. Su matrimonio con Chancho Panzón, había sido más por el mar que por ella misma, amaba las aguas, pero a las mujeres no se les permitía zarpar a solas.
Entonces, llegó este hombre refunfuñón y ella supo que su momento había llegado, aunque, si de ella hubiera dependido, seguramente habría pospuesto el matrimonio para siempre. Pronto había sido confinada a la cocina, pero, su rebeldía la llevó al timón: ella sabía que su lugar estaba donde se decidiera el destino de la embarcación. A su marido le desagradaba la idea, pero pronto comenzó a notar que su mujer estaba hecha de acero.
—Venid todos, allá a lo lejos, ¡Tierra! —gritaba con éxtasis Marina—¡Vamos cobardes, levantaos!
Una tierra imponente se aproximaba, sin embargo, la tormenta estaba en su máximo apogeo. Un hombre calvo y muy letrado, llamado Sabiondo, que mirando desde lejos logró saber hacia dónde se dirigían, invitó a los demás a levantarse y a subir el ancla. Entonces los hombres, casi sollozando, comenzaron a cantar un viejo himno.
¡salvadnos!
Señor, tú qué nos haces vibrar,
¡aquietadnos!
Señor, tú qué nos cuidas,
¡Ayudadnos a confiar!
Marina les ignoraba, a pesar de que la misión se costeaba con ingresos de la iglesia. Ella era libre y le gustaba pensar en el Dios al que servían, como un ser bastante amigable. De lejos atisbaba a su esposo y no lograba entender, como podía, con la misma boca con la cual maldecía a los hombres, implorarle favores al Dios que predicaba.
Las aguas se calmaron de repente, y Chancho Panzón, gritaba de alegría, embriagándose de anís. Pronto olvidaría su viejo temor y llegarían a otras tierras para llevar la salvación a un nuevo lugar y acabar con los que se resistieran. El mar se acababa por unos días y luego otro viaje, otro destino. Y Marina en la proa, escuchando a los hombres vociferar:
¡perdonadles!
Señor, tú qué todo lo sabes,
¡enseñadnos!
FIN
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