Era ya muy tarde y una torrencial tormenta, caía sobre las tierras de Nottingham. Brigitte se sentía cansada, tanto que, a pesar de su resistencia inicial, optó por quedarse en un viejo castillo que se levantaba sobre la carretera vieja de la ciudad. Le esperaba una boda; se había dedicado a la confección de vestidos de novia y viajaba rauda hacia un nuevo destino.

El Castillo lucia imponente a primera vista, grandes candelabros iluminaban sus correrías e increíbles carruseles se amontonaban en sus entradas. El personal que allí hacía vida, era ameno y dado al servicio, sin embargo, eran misteriosamente silenciosos. Brigitte hizo caso omiso a su intuición y se adentró a sus oscuras y borrascosas paredes, después de todo solo sería una noche.

Había llegado a ese sitio por invitación de Madame Limatur, una antigua cliente dueña del lugar. Al llegar bajo despacio del carruaje y se cercioró de no mojarse demasiado por la lluvia, en aquel punto ya rondaba la media noche y no tuvo más remedio que esperar el alba en aquel tenebroso lugar.

Apenas había llegado al portal, cuando este se abrió de par en par y una lúgubre presencia sacudió las entrañas de Brigitte. Sin dejar que sus emociones le ganarán, siguió al extraño hombre al interior del castillo, mientras se quitaba el abrigo y miraba toscamente el camino. Su mirada se perdía entre cuadros cuidadosamente conservados y jarrones de cristal, que jugaban con la luz de las velas.

Los truenos le hacía mella a sus sentidos, aunque lo que más le erizaba la piel eran las espadas que proliferaban en las paredes. Estas eran extrañas, estaban puestas de manera tal que asumían la forma de una cruz invertida. La razón le indicaba que quizás aquel castillo tenía muchos años y que, probablemente, antes había sido ocupado por un aristócrata.

Madame Limatur no era menos estrafalaria, la confección de su vestido de novias había significado un escándalo. La señorita Limatur, tenía por costumbre relacionarse con imberbes y galanes de dudosas intenciones, siempre mucho más jóvenes que ella. Pero, lo que le parecía más aterrador a Brigitte, era que la mayoría de los exmaridos de su cliente, habían fallecido en extrañas circunstancias.

Aquellos pensamientos la incomodaron, así que decidió simplemente relajarse en la habitación que le había sido asignada. El silencio reinaba en aquel castillo, los sirvientes no emitían ningún sonido y Brigitte estaba tan exhausta, que no le prestó demasiada atención a aquel detalle. Solamente se dedicó a desvestirse y a colocar el vestido que con tanto esmero había diseñado, en un lugar seguro.

No había terminado de ordenar sus valijas, cuando un fuerte visaje captó su atención. En ese instante se percató de la inusual cantidad de espejos que tenía aquella habitación; eran tantos que lograba verse en cada extremo. "Hagas lo que hagas, no prestes demasiada atención a los espejos" le había advertido Madame Limatur, previamente.

Un hombre de mediana edad se presentó ante Brigitte, está al ver su silueta se asustó de tal manera que quiso correr despavorida. Era un hombre muy bello y sombrío, que la observaba con tristeza mientras ella le devolvía, la miraba con detenimiento. Brigitte se trataba de explicar a sí misma, aquella aparición, buscando infructuosamente el lugar de donde provenía el reflejo del hombre, pero no encontró nada. Únicamente había una explicación: esté estaba atrapado dentro del espejo.

—¡No tengas miedo! —dijo el hombre—No te haré daño, mi nombre es Nathan, solo quiero advertirte que debes huir y salvarte antes de que Daphne acabe contigo.

—Madame Limatur es mi amiga, ella nunca me haría daño... además, no sé qué extraña criatura seas, —Brigitte comenzaba a sollozar—quizás mi mente me esté jugando una mala pasada, solo déjame en paz.

—Oh Brigitte, sé cómo te sientes. No tengas miedo de mí, estoy muerto y los muertos no podemos hacer ningún daño. Mejor temed a aquellos que tienen vida aún como Daphne. Eres una mujer hermosa, ¡huye!, hazlo antes de que sea tarde.

Brigitte quiso correr, pero sus piernas tambaleaban. También, sabía que aún quedaban cosas por aclarar, ¿cómo era que el alma de aquel hombre había quedado atrapada en el espejo?

—¿Que te hizo?, ¿por qué estás atrapado en el espejo?

—Daphne busca hombres jóvenes para sacrificarlos y quedarse con su esencia. Así se mantiene joven, aunque estoy seguro de que tiene un poco más de 600 años. Una vez que se casa comienza un ritual maldito, donde nos va aniquilando poco a poco. Cuando nos roba el aliento, ella se revitaliza y nuestras almas quedan atrapadas en los espejos.

—Pero, ¿por qué nadie dice ni hace nada?

—Fácil, ella les cortó la lengua a todos sus sirvientes. Y debo decir que mi intención tampoco era buena, simplemente quería salir de la pobreza y me he topado con una demente, que hace dormir a sus esposos con una pésima y luego prepara el lugar para quitarnos la vitalidad.

Brigitte se acercó desmedidamente a la aparición y tocó el espejo, Nathan al verla acercó su mano para tocar el reflejo de Brigitte. Ella nunca se había sentido amada y había algo en Nathan que lo hacía cercano. En ese momento olvidó cualquier advertencia previa y se dejó llevar por sus emociones, mientras eso sucedía ella no se daba cuenta de que Nathan la estaba utilizando.

Cuando quiso darse cuenta era demasiado tarde, ya para entonces había sucedido lo inesperado: el alma de Nathan se intercambió con la de Brigitte. Esté, al verse dentro del cuerpo de la nueva inquilina del Castillo, supo que su plan había funcionado tal como lo esperaba. Ágil sonrió y pensó en que el momento de su venganza había llegado, aunque fuera a costa de una inocente.

—¡Nathan!, ¿Qué haces? ¿Qué sucedió? ¿Por qué estoy dentro del espejo viéndome?

—Tranquila querida, voy a darle una cucharada de su propia medicina a Daphne o más bien a Madame Limatur. Luego volveré a liberarte, eso sí, guárdame el secreto...

Nathan salió de la habitación convertido en Brigitte Bergman, incluso escuchando con los gritos desesperados de la misma, quien clamaba piedad desde el cuerpo del hombre atrapado en el espejo. Cansada de gritar, se derrumbó en el suelo, condenada a esperar el regreso de un alma en pena. ¡Todo por no seguir el consejo de una buena cliente!