Enrico entró a la hacienda de los Maravaez, paseó por las habitaciones y comprobó que todo era verdad. La casa estaba abandonada, se mantenía aseada a pesar de estar sola y las cosas tenían un orden muy peculiar.
Quiso seguir explorando y sintió en su cuerpo una alerta que lo hizo desistir de sus intereses. Alimentado por la curiosidad, atraído por los cuentos que en el pueblo se narraban, tarde a tarde volvía a la hacienda, hasta que en una de las visitas, encontró en la sala el libro negro. Al verlo salió despavorido.
Ya en casa trató de contar lo que había visto. Pensó en las advertencias que se contaba de la hacienda, decidió entonces callarse y alejarse de esa misteriosa hacienda. Lo intentó. Se esforzó. Trató de evitar problemas. No fue posible. A la tarde siguiente estaba en el establo, días después avanzó hasta el corredor y sin darse cuenta se encontraba nuevamente en la sala detallando el libro. Absorto miraba y su cuerpo tembloroso no le permitía tocarlo. Detallaba el hexágono y las letras de la portada del libro. Así pasaban sus días.
Estuviese en casa, en la escuela y hasta en la iglesia, el deseo de contar lo que había visto era asfixiante. Sin embargo, no se atrevía.
Una mañana, al salir de la escuela, oyó a un grupo de compañeros hablar de la hacienda y se acercó. Explicaban cosas que eran exageraciones, Enrico se enojó porque eran mentiras, así que los interrumpió y gritando, contó su experiencia y como no querían creerle se puso a dibujar en la tierra el hexágono y las letras de la portada del libro. Un estruendo sacudió el pueblo, los niños nos fueron encontrados y una sombra negra, alta y con un costal, fue vista cruzando las calles.
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