La brisa era fría, el ambiente gris enfriaba la ira. Era un malabar de risas y espinas. Los recuerdos profundizaban las heridas. Una canción que sonaba sin prisas. El vuelo de una gaviota hasta donde llegaba la vista, activaba sentimientos de nostalgia y sensación de ceniza. Una vuelta en un vals de avispas. Un final orquestado por la reina misma.

Donde suenan las campanas en la lejanía, donde se esconde el cuerpo de una doncella sin vida. Mientras una perversión es gravemente sufrida, por una orden se purifica. Con la luz de una vela encendida, un secreto se sale de la cripta. El rey profanando el cuello de alguna jovencita, con colmillos más largos que una víbora. En pasadizos secretos dentro de un castillo con imponente vista.

El monstruo que acecha las noches parisinas, es el buen rostro al que cualquier dama sonreiría. Sin una gota de sangre que se desperdicie con avaricia, la reina protege a su majestad a pesar de ser un homicida. Las calles se convirtieron en una rutina cuando toda la servidumbre femenina extrañamente había sido despedida.

En la alcoba real la intimidad es toda para aquella devota de la presencia vampírica, desnudada y saboreada por su compañero con dedos largo de pianista. El final podría ser cruel y simplista, pero el karma jamás es tan ordinario cuando se trata de sus víctimas. Para este propósito llegaría una campesina a la vida citadina. Pareciendo el bocadillo perfecto para las fiestas decembrinas.

Entre vestidos pesados y copas llenas de sangría, los ojos verdes cambian a violeta por el hambre decisiva. Sobre un susurro de una reverencia tentativa, cual depredador planea su próxima comida. Pero existiendo un error en su comitiva, el rey joven no puede contener la envidia. La campesina, de un gran lord es la prometida y asesinarla se vuelve más complejo de lo que parecía.

Pero su olor embriaga hasta las venas grises y vacías. Sin importar nada probará su sangre y ocultará su cuerpo en la iglesia privada de su familia. Ser el rey tiene sus ventajas que nadie más disfrutaría. A un baile en el castillo el lord y la campesina asisten con evidente alegría. Ajenos de que el rey y la reina los observan desde lo alto con extasiada lascivia carnívora.

La reina seguiría siendo humana hasta dar a luz a un hijo de la bestia asesina, por lo que una vez al mes cuando la luna nueva sucedía, ella disfrutaba el baile carnal al que su alteza rugía. Con tres meses esa criatura en su vientre vivía, sería el príncipe más hermoso y letal que existiría. Un sediento de sangre como su progenitor se lo heredaría. Un amor de reyes desquiciados del que nadie se enteraría.

En pleno festín con camaradería, la reina distrajo al lord de su amada prometida, mientras el rey tomó su mano invitándola a un paseo por el jardín afuera en la noche fría, a ver las miles de rosas y lilas. Todo a la perfección y solo hacía falta una mordida. Entonces desorientando sus sentidos había tomado su mejilla y clavado sus colmillos en su vena excesivamente exquisita. Dejándola aparentemente muerta al culminar en la iglesia prohibida y volviendo a la fiesta con una satisfecha sonrisa.

Pero la campesina tenía un secreto grabado debajo de su corset con joyería y confeccionado a la medida. Una respiración desesperada y desmedida. Sus ojos se abrieron con asombro mientras se dilataban sus pupilas. Sus poderes de bruja arcana le devolvían la vida, pero había sido inevitable su transformación vampírica. Jamás había estado en presencia de una de esas bestias asesinas, pensando que ya no existían y ahora ella era una debido a la avaricia.

Llena de ira, ingresó al castillo como una espía. El rey pagaría por arrebatarle la vida. El baile llegaba a su fin y el lord buscaba a su prometida. En los aposentos se celebraba con majadería, el rey y la reina se jactaban de cumplir su delito sin ninguna sorpresiva. Repulsión y tristeza fueron las primeras emociones en marcar su alma como la tinta. Al escuchar que era la número trescientos de una larga lista, las náuseas y la furia tomaron el control de su nueva vida.

Del mismo uniforme del rey arrebató la espada en su cinturilla. La reina gritó de sorpresa al ver a su víctima viva. El rey retrocedió en confusión pero esquivando a la intrigante campesina, ella tropezó y se levantó sin perder de mira a su homicida. Destrozando la habitación cada uno terminó en una esquina.

Pero a pesar de que no era buena en la esgrima, su fuerte eran la puntería. Y cual hábil asesina, tomó los cuchillos para el pan y la mantequilla, en la bandeja de la comida. No apuntó a la bestia que había disfrutado asesinar a cientos de pueblerinas, apuntó a su reina desprotegida, justo a su vientre en donde crecía el príncipe sangriento de la siguiente línea sucesiva. Y uno más en su frente bendecida, para una muerte rápida a la antagonista de una serie de muertes de las que nadie se enteraría.

Envuelto en furia por asesinar a su desquiciada devota en cinta, sus movimientos ya no eran estrategas y menos llenos de risa. El descontrol lo embargó queriendo volverla trizas, pero su entrenamiento de asesina de cazadores de brujas le dio la ventaja asertiva. Un último movimiento y el cuchillo de mantequilla atravesó su cara bonita. El segundo atravesó desde debajo de la mandíbula y salió por su cráneo mientras se hacía justicia. Ya en el suelo y empapando de sangre su tela traída de una lejana isla, con la espada pudo dar el toque final en su corazón asesino de jovencitas.

El rey había muerto y con él llegaba la paz a todas sus silenciadas víctimas. Tomando un respiro y escuchando los guardias cerca de la cima, la campesina huye apenas sin ser vista. Llegando solo a su ostentoso hogar sin su cita, el lord se quita su sombrero y gabardina, antes de asustarse por la visita que estaba oculta en la oscura esquina.

Luego de preguntar por el aspecto preocupante de su supuesta prometida, pregunta si el trabajo fue hecho sin que saliera herida. A lo que ella responde con una amarga y sarcástica risa, que el trato había sido para matar a un hombre lobo y no a una leyenda vampírica. El lord asombrado se disculpa por su suposición simplista, pues no creía posible un vampiro a estas alturas de la vida. Reitera la pregunta de su bienestar por el vistazo a sus heridas, pero ella le resta importancia y exige el triple de su dinero para irse en cuanto el sol pinte las nubes blanquecinas.

Luego del pago y montando un caballo hasta la villa vecina, la campesina que en realidad era bruja y terminó sin querer como la última vampira, establece su corta estadía mientras se recupera de su última cacería. Un hábito asqueroso aun le permitía usar su magia efectiva, beber sangre de animales, pero dejándolos con vida. Era un chiste que ninguna gracia le hacía. Cazaba monstruos desde niña y ahora en algún punto alguien también la cazaría. Pero así era la vida, una treta sin gracia y llena de ironía.

The breeze was cold, the gray atmosphere chilled anger. It was a juggling of laughter and thorns. Memories deepened the wounds. A song played unhurriedly. The flight of a seagull as far as the eye could see, activated feelings of nostalgia and a sense of ashes. A turn in a wasp waltz. A finale orchestrated by the queen herself.

Where bells ring in the distance, where the body of a lifeless maiden hides. While a perversion is grievously suffered, by an order is purified. By the light of a lighted candle, a secret comes out of the crypt. The king defiling some young girl's neck, with fangs longer than a viper. In secret passages inside a castle with an imposing view.

The monster that stalks the Parisian nights, is the good face that any lady would smile at. Without a drop of blood to be greedily wasted, the queen protects her majesty despite being a murderer. The streets became routine when all the female servants had strangely been dismissed.

In the royal bedchamber intimacy is all for that devotee of the vampiric presence, undressed and savored by her partner with long pianist's fingers. The ending could be cruel and simplistic, but karma is never so ordinary when it comes to its victims. For this purpose a peasant girl would come to city life. Looking like the perfect snack for the holiday season.

Between heavy dresses and glasses full of sangria, green eyes change to violet from decisive hunger. Over a whisper of a tentative bow, like a predator he plans his next meal. But there being a mistake in his retinue, the young king cannot contain his envy. The peasant girl of a great lord is the betrothed and assassinating her becomes more complex than it seemed.

But her scent intoxicates even the gray and empty veins. No matter what, he will taste her blood and hide her body in his family's private church. Being the king has its perks that no one else would enjoy. At a ball in the castle the lord and the peasant girl attend with evident joy. Unaware that the king and queen are watching them from above with ecstatic carnivorous lasciviousness.

The queen would remain human until she gave birth to a child of the murderous beast, so once a month when the new moon occurred, she enjoyed the carnal dance to which his highness roared. With three months that creature in her womb lived, he would be the most beautiful and lethal prince that would ever exist. A bloodthirsty as his progenitor would inherit him. A love of unhinged kings that no one would ever know about.

In the midst of feasting with comradeship, the queen distracted the lord from his beloved betrothed, while the king took her hand inviting her for a stroll in the garden outside in the cool night, to see the thousands of roses and lilacs. All to perfection and all that was needed was a bite. Then disorienting her senses he had grabbed her cheek and dug his fangs into her overly luscious vein. Leaving her seemingly dead as he culminated in the forbidden church and returned to the party with a satisfied smile.

But the peasant girl had a secret etched beneath her jeweled and tailored corset. A desperate, unconscionable gasp. Her eyes widened in astonishment as her pupils dilated. Her arcane witch powers were bringing her back to life, but her vampiric transformation had been inevitable. She had never been in the presence of one of those murderous beasts, thinking they no longer existed and now she was one due to greed.

Filled with rage, she entered the castle as a spy. The king would pay for taking her life. The ball was coming to an end and the lord was looking for his betrothed. In the chambers they celebrated with majesty, the king and queen boasted of accomplishing their crime without any surprises. Repulsion and sadness were the first emotions to mark her soul like ink. Upon hearing that she was the three hundredth in a long line, nausea and fury took over her new life.

From the very uniform of the king she snatched the sword at her waistband. The queen screamed in surprise at the sight of her living victim. The king recoiled in confusion but dodging the scheming peasant girl, she stumbled and got up without losing sight of her murderer. Tearing the room apart they each ended up in a corner.

But although she was not good at swordsmanship, her forte was marksmanship. And like a skilled assassin, she took the bread and butter knives from the food tray. She did not aim at the beast that had enjoyed murdering hundreds of villagers, she aimed at her unprotected queen, right at her belly where the bloody prince of the next successive line was growing. And one more to her blessed forehead, for a quick death to the antagonist of a series of deaths no one would ever know about.

Enraged at murdering his unhinged devotee on tape, his movements were no longer strategic and even less full of laughter. Out of control, he wanted to tear her to shreds, but his training as a witch hunter assassin gave him the assertive edge. One last move and the butter knife pierced her pretty face. The second pierced from under her jaw and exited through her skull as justice was served. Already on the ground and blood soaking his cloth brought from a distant island, with the sword he was able to put the final touch on his young girl-killing heart.

The king was dead and with him came peace to all his silenced victims. Taking a breath and listening to the guards near the top, the peasant girl flees barely out of sight. Arriving alone at his ostentatious home without his date, the lord removes his hat and trench coat, before being startled by the visitor who was hidden in the dark corner.

After inquiring about his supposed fiancée's worrisome appearance, he asks if the job was done without her getting hurt. To which she replies with a bitter, sarcastic laugh, that the deal had been to kill a werewolf and not a vampire legend. The astonished lord apologizes for his simplistic assumption, for he did not believe a vampire possible at this point in life. He reiterates the question of her well-being by the glimpse of her wounds, but she downplays it and demands triple his money to leave as soon as the sun paints the clouds whitish.

After payment and riding a horse to the neighboring village, the peasant girl who was actually a witch and unwittingly ended up as the last vampire, sets up her short stay while she recovers from her last hunt. A disgusting habit still allowed her to use her magic effectively, drinking the blood of animals, but leaving them alive. It was a joke that was not funny to her. She had hunted monsters since she was a child and now at some point someone would hunt her too. But that was life, an unfunny ruse full of irony.