Estoy que no valgo la pluma, quiero escribir un cuento y no se me cruzan las ideas ni se me asoman personajes; estoy en esos días desérticos, miro hacia los rincones con deseos de acomodarme en alguno como en las épocas escolares cuando a los desordenados, el profesor, los paraba en el rincón a mirar la pared para que reflexionaran y luego se portaran bien ¿Me he portado tan mal con los personajes que no me asaltan la memoria?
Me acerco a la ventana y escucho a los pájaros y es sólo una canción melancólica; ha de ser mi melancolía la que escucho por mi deseo de abrirme paso por la intrincada selva de la escritura; así de pronto veo al arte de escribir, como en los tiempos en que las palabras se amontonaban en los papiros o en el pergamino para rendirlos o porque los primeros libros fueron destinados a lectores que leían en voz alta y gracias a su experiencia penetraban la enmarañada montaña de significados, plantados con palabras amontadas, sin separación ni distinción de minúsculas o mayúsculas, con unos signos de puntuación usados de forma errática.
Pienso en esos lectores que sufrieron para decodificar el mensaje, para articularlo, para vocalizarlo, para entonar el ritmo; me los imagino sufriendo para sentir lo que leían, para transmitirlo; seguro fue un trabajo lento, arduo, de dudas y retrocesos, de miedos ante la inseguridad del extravío. Así me siento de pronto, perdido ante la hoja en blanco como si un espinal no me dejara meter el primer pie, como si todo fuera como el principio cuando empezó esto de inventar mundos con las palabras, que no se tenía la certeza de nada concreto.
Estoy tan así que anoche no tuve ganas ni de salir a mirar a la luna y esta mañana me senté en la cama a pensar en lo que había soñado. Han de creer que el diablo hizo fiesta en mis sueños, primero porque no conciliaba algo concreto, ninguna imagen onírica se revelaba con exactitud y cuando por fin se mostraron pude distinguir la imagen del diablo, con una pistola en la mano, apuntando a Yevgueni Prigozhin, ¿lo recuerdan?, al que apodaban «el chef de Putin». En el sueño Putin está escondido detrás de una falsa pared, esperando que Prigozhin se descuide para volarle los sesos, pero no dispara porque su víctima está atenta y yo, que estoy al lado de este último, tiemblo por el temor de que la bala me lleve la frente.
Han de creer que habiendo tanto de qué soñar y andando yo tan escaso de ideas para inventar una historia tenga que soñar con un asesino, y por partida doble, por eso digo que el diablo anda suelto en mis sueños y no insisto en que es el culpable de que yo no valga la pluma porque por experiencia sé que los escritores deben tener sequías o si no, cómo valorarían la fuente en ausencia del agua.