En 1999 la UNESCO instituyó el 21 de marzo como Día Mundial de la Poesía, haciendo honor de este modo a la facultad o al quehacer esencial por excelencia del ser humano. Desde el principio de los tiempos, ella –la Poesía– ha acompañado al sujeto concreto de la vida para permitirle des-cubrir, revelar aquello que está oculto, lo desconocido, secreto, sin habla, invisible, aquello que pasa, por su obra, del no-ser al ser, como definió Diotima a la poiesis en El Banquete de Platón.
El gran escritor Jorge Luis Borges, en su magistral conferencia “La Poesía”, de su libro Siete noches (que recomiendo insistentemente leer a todo aquel interesado en la literatura), declara:
Cuando leemos un buen poema pensamos que también hubiéramos podido escribirlo; que ese poema preexistía en nosotros. Esto nos lleva a la definición platónica de la poesía: esa cosa liviana, alada y sagrada.
Nos trae Borges a una caracterización, tan sabia como poética, de ese don o ejercicio, que es leve y frágil, suelto y volátil, expresión del misterio de las cosas y de la vida, de su sacralidad.
Y a ese sentido han apelado y respondido los grandes poetas de todas las épocas y lugares. Yo quisiera en este día traerles a tres relevantes poetas venezolanos del siglo XX: Rafael Cadenas, Eugenio Montejo y Armando Rojas Guardia; el primero de ellos vivo (cercano ya a sus 92 años), y los otros lamentablemente fallecidos. Y lo haré a través de un poema de cada uno de ellos sobre la poesía, con lo que rindo tributo a esta y a los poetas.
De Rafael Cadenas, su “Ars poética”, del poemario Intemperie (1977):
Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como el temblor que la sostiene.
Que se mantenga como un latido.No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa
ni añadir brillo a lo que es.
Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.
Seamos reales.
Quiero exactitudes aterradoras.
Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso
mis palabras. Me poseen tanto como yo a ellas.Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira,
señálame la impostura, restriégame la estafa.
Te lo agradeceré, en serio. Enloquezco por corresponderme.
Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.
El sujeto hablante, que sin duda es el poeta concreto Rafael Cadenas, nos presenta su desiderátum como poeta, su “arte poética”. Primero arguye, desde una ética del quehacer y sus demandas, en un yo que se autorreflexiona, para luego dirigirse amorosamente a la palabra, a la poesía, convertida en un tú interpelante y cuestionador, que se requiere.
Del poeta Eugenio Montejo, el poema “La Poesía”, de su libro Adiós al siglo XX (1992):
La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
–ni siquiera palabras.Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;
tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
Después abre su mano y nos entrega
una flor o un guijarro, algo secreto,
pero tan intenso que el corazón palpita
demasiado veloz. Y despertamos.
En una hermosa y sensible personificación de la poesía, Montejo canta al talante solitario, solidario y humilde de la poesía. Realza el sentido libre y sorprendente de su presencia en nosotros como una amante inadvertida, pero deseada, que nos emociona intensamente con sus dones, hasta abrirnos a la vigilia.
Y, finalmente, del poeta Armando Rojas Guardia, un fragmento de su poema ”Persecución de la poesía”, perteneciente a su libro Hacia la noche viva (1985-1988):
(…)
en fin, cuando el letargo
que precede al hábito del sueño
me condujo, atento, hacia la cama
para encontrarte onírica y sonámbula
sobrevino de pronto la certeza
incluso corporal de que no estabas
en ninguna parte ni en el todo
de esta vida ordenada de paz,
en ningún lugar sensible
y bajo ninguna luz confortadora
(tampoco en el relato de los sueños).
Quieto e insomne en el silencio, te supe detrás: sólo el envés
de cada objeto, únicamente espalda
de todas las palabras del poema
(espalda inconseguible, por supuesto,
pero que imanta a la música del verso),
apenas el vacío de las formas
donde ellas se desatan, libres ya
para resolverse en nada pulcra
–una nada dulcísima, compacta–
en torno a la que giran, sin saberlo,
todo idioma de hombres, todo gesto,
toda sintaxis de las cosas,
noche nítida, nívea del lenguaje
que ensordece al estruendo de las páginas
y desdibuja líneas como ésta
(…)
La búsqueda de la poesía (“cuando yo te buscaba” es el primer verso del poema), parece decirnos Rojas Guardia, es un esfuerzo fútil, infructuoso (“inútil” es la palabra final del poema), pues ella solo se entrega (como dice Montejo) sin avisarte, más allá de la apariencia evidente, como habitando un vacío, una nada que revela su secreto interrogante, como si se tratara de esa cara que no vemos (“envés de cada objeto”).
Con sus particularidades y diferencias, tres poemas confluyentes, que enriquecen nuestra visón de la poesía, que, pese a todo, goza de buena salud.
Gracias, Poesía.
Referencias:
Borges, Jorge Luis (1982). Siete noches. México: Fondo de Cultura Económica.
Cadenas, Rafael (1996). Antología (3ª ed.). Caracas: Monte Ávila Editores.
Monteho, Eugenio (1996). Antología. Caracas: Monte Ávila Editores.
Rojas Guardia, Armando (1993). Antología poética. Caracas: Monte Ávila Editores.