Últimamente, la vida me ha estado obligando a salir de mis zonas de confort en todo sentido, y uno de ellos, ha sido tener que viajar continuamente a la capital de Argentina, en donde me he encontrado comercios de venezolanos emigrantes como yo, quienes han traído esos sabores propios de nuestro país, para hacernos menos dolorosa la distancia.
Quizás antes, el ir a un establecimiento como estos, me hubiese llevado de la mano a la depresión, pero ahora solo trae esos recuerdos de momentos felices vividos durante mi infancia y adolescencia. Definitivamente, las cosas llegan cuando les corresponde llegar, pues con la mentalidad que tengo ahora, disfruto de estos detalles sin llegar al llanto y la tristeza.
En un encuentro con otros hivers, quedamos en vernos en una panadería de venezolanos, y aunque luego de reunidos, nos movimos de lugar, no dejé pasar la oportunidad de comprar un dulce muy característico del pueblo que me vio nacer: los golfeados.
Justo mientras lo compraba, le comentaba a la vendedora que mientras estuve en mi país, había una panadería cerca de mi casa, muy famosa por la venta de estos dulces, pero allá no los compraba, y ahora con la distancia, anhelaba poder volverlos a comer.
Compré solo uno, para llevar, pues mis hijos no son amantes de la comida salada/dulce, y sabía que no les gustaría. Para ellos, llevé panes dulces, a los que no dio ni tiempo de fotografiarlos.
Y ustedes dirán, ¿qué es un golfeado? Pues es la versión venezolana de los rolls de canela, solo que estos tienen incorporado el papelón, un concentrado de la caña de azúcar, de color oscuro, que le da un sabor especial a este rollo de harina. Y por encima, se le agrega a gusto queso, bien sea rallado como los que compré, o una porción de queso guayanés, que pudiera ser una especie de queso fresco.
Esa mezcla hace que lo salado del queso neutralice un poco lo dulce del papelón, quedando un sabor equilibrado que realmente es un deleite si te gustan las mezclas de este tipo.
Para comerlo, me preparé una taza de chocolate caliente, e inicié cual ceremonia esta degustación, que me devolvió a los días de diciembre cuando íbamos de vacaciones a casa de mi madre, y yo me escapaba a esa panadería que no frecuentaba mientras viví con ella, pero que al mudarme lejos, era parada obligada durante los días que pasaba en mi pueblito de Los Teques.
Ahora, un poco más lejos, tengo ese pequeño rincón gastronómico para ir a buscar esos sabores que me devuelven a mi vida, antes de esta migración forzada, haciendo más fuerte ese lazo con mis raíces, y permitiéndome que mis hijos conozcan un poco más sobre ese país donde nacieron, pero que tuvieron que abandonar tan pequeños.
Lately, life has been forcing me to go out of my comfort zones in every sense, and one of them has been having to travel continuously to the capital of Argentina, where I have found stores of Venezuelan emigrants like me, who have brought those flavors of our country, to make the distance less painful.
Maybe before, going to an establishment like this would have taken me to depression, but now it only brings back those memories of happy moments lived during my childhood and adolescence. Definitely, things come when they are meant to come, because with the mentality I have now, I enjoy these details without getting to tears and sadness.
In a meeting with other hivers, we arranged to meet in a Venezuelan bakery, and although after meeting, we moved from place to place, I did not miss the opportunity to buy a very characteristic sweet of the town where I was born: the golfeados.
Just as I was buying it, I told the seller that while I was in my country, there was a bakery near my house, very famous for the sale of these sweets, but I did not buy them there, and now with the distance, I longed to be able to eat them again.
I bought just one, to take away, because my children are not lovers of salty/sweet food, and I knew they would not like it. For them, I brought sweet breads, which I didn't even have time to photograph.
And you will say, what is a golfeado? Well, it is the Venezuelan version of the cinnamon rolls, only that these have incorporated the papelón, a concentrate of sugar cane, dark in color, which gives a special flavor to this flour roll. And on top, cheese is added to taste, either grated like the ones I bought, or a portion of guayanés cheese, which could be a kind of fresh cheese.
This mixture makes the salty part of the cheese neutralize a bit the sweetness of the papelón, leaving a balanced flavor that is really a delight if you like this kind of mixtures.
To eat it, I made myself a cup of hot chocolate, and began this tasting ceremony, which took me back to the days of December when we went on vacation to my mother's house, and I would escape to that bakery that I did not frequent while I lived with her, but when I moved away, it was an obligatory stop during the days I spent in my little town of Los Teques.
Now, a little further away, I have that little gastronomic corner to go in search of those flavors that bring me back to my life, before this forced migration, making stronger that bond with my roots, and allowing my children to know a little more about that country where they were born, but had to leave so young.
Foto/Photo by: @mamaemigrante
Edición/Edited by @mamaemigrante using canva
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Translated and formatted with Hive Translator by @noakmilo.
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