One of the nice things about having digital format photographs in email is that they bring us a daily compilation of saved images, of which we surely had no vivid memories, and that's exactly what happened to me these days when Google brought me these images dating from the first months of our stay in Argentina.
My youngest son, who was born in 2015, couldn't experience the benefits of Venezuela at the same pace as his brother, but after emigrating we wanted to equalize those experiences in the best possible way. Being here, he not only went to a McDonald's to eat something other than ice cream, but he also was able to enjoy video games for the first time in the correct way.
And I say correct because being in our country, he would get excited seeing the centers full of machines, on which we would let him climb, and he would believe he was playing, when in reality a simulator was being activated on the screens. His innocence at that time relieved us of the guilt of not being able to buy him tokens to actually play.
The first shopping center we visited here was COTO in Temperley, which apart from a hypermarket with the same name, also has a large video game room, a large fast food court, and a cinema. It was at this place that for a moment, my two sons became zombie hunters, not the ones from Plants vs. Zombies, but protagonists of The Walking Dead.
The lady where we rented from had given a rechargeable card to my older son, and with a few pesos we went to the ticket counter to ensure he had the necessary balance. It was Abraham who decided to enter that booth, and I thought that his brother, just 3 years old, would be scared, although the reaction was quite the opposite.
The game started and my older son reveled in the controls, eliminating every zombie he saw, but the little one wasn't skilled with the levers and buttons, as in the simulators he only saw the situations unfold, so frustration quickly took hold of him.
Before a dispute erupted between the brothers, I asked my younger son if I could help him, and he agreed, so in a second round, the three of us were in action. In our team, I controlled the lever and the child the buttons, that's how we equaled the score.
The recharge allowed us a couple more rounds, but the kids were fascinated with this one and didn't want to try their luck with another, so we had a couple more games there. But just to keep up the tradition, both of them later wanted to go to the rest of the games and ride all the machines, still knowing that they weren't really playing, and with that they showed not only a great maturity in terms of family economy, but also that to have fun, all you need is the desire to have a good time.
Una de las cosas bonitas de tener las fotografías en formato digital dentro del correo, es que a diario nos traen un compendio de imágenes guardadas, de las que seguramente no teníamos recuerdos vivos, y justo eso me pasó en estos días cuando google me trajo estas imágenes que datan de los primeros meses de nuestra estadía en Argentina.
Mi hijo menor, quien nació en el 2015, no pudo conocer las bondades de Venezuela al mismo ritmo que su hermano, pero luego de emigrar quisimos equiparar esas experiencias de la mejor manera posible. Estando acá no solo fue a un Mc Donalds a comer algo más que un helado, sino que también pudo disfrutar por primera vez de los videojuegos de la manera correcta.
Y digo correcta, pues estando en nuestro país, él se emocionaba al ver los centros repletos de aparatos, en los cuales le dejábamos subirse, y él apostaba a que estaba jugando, cuando la realidad era que en las pantallas se activaba un simulador. Su inocencia de entonces nos aliviaba la culpa de no poder comprarle fichas para que jugara realmente.
El primer centro comercial que visitamos acá fue el COTO de Temperley, que además de un hipermercado con el mismo nombre, tiene también una sala amplia de videojuegos, una amplia feria de comida rápida y cine. Fue en este lugar cuando por un momento, mis dos hijos se convirtieron en cazadores de zombies, pero no los de plantas vs zombies, sino protagonistas de The Walking Dead.
La señora donde alquilábamos le había regalado una tarjeta recargable a mi hijo mayor, y con unos cuantos pesos fuimos a la taquilla para que tuviera el saldo necesario. Fue Abraham quien decidió entrar en esa cabina, y yo pensaba que su hermano, con apenas 3 años, se asustaría, aunque la reacción fue todo lo contrario.
Empezó el juego y mi hijo grande se deleitó con los controles, eliminando a cuanto zombie veía, pero el pequeño no era diestro con las palancas y botones, pues en los simuladores realmente él solo veía las situaciones pasar, así que la frustración se apoderó rápidamente de él.
Antes de que empezara la discusión entre los hermanos, pregunté a mi hijo pequeño si podía ayudarle y aceptó, por lo que en una segunda tanda, eramos los 3 en acción. En mi equipo, yo manejaba la palanca y el niño, los botones, fue así como equiparamos el puntaje.
La recarga nos permitía un par de juegos más, pero los niños quedaron fascinados con este y no quisieron probar suerte en otro, por lo que tuvimos un par de partidas más ahí. Pero como para no perder la costumbre, ambos quisieron luego ir al resto de los juegos y montarse en todos los aparatos, aún a sabiendas de que no estaban jugando realmente, y con eso demostraron no solo una gran madurez en lo que respecta a la economía familiar, sino también que para divertirse solo hace falta las ganas de pasarlo bien.
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Foto/Photo by: @mamaemigrante
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