Me zarandeo en una sociedad que se sustenta en un dinamismo sin precedentes, en el que las grafías significantes emergen infatigables y yo me transfiguro en el ir y venir de horizontes de incertidumbre para trascender en la búsqueda del ser, en la exacerbada y atareada colectividad. La intencionalidad, fluir y viajar en la amenidad de la multidimensionalidad globalizada, saciada de mezcolanza, de lo disímil y lo análogo, para justipreciar la atemporalidad que nos aproxima unos con otros en la alteridad.

La amistad es para mí, un sustento capital, sin el cual no podría existir en esta vida, en mis entrañas vibra mi ser social, nunca he tenido dudas o vacilaciones al respecto, siempre necesitaré de los demás, porque la otredad, forma parte de mis especias ineludibles, imprescindibles en mis aderezos, para saborear y degustar mi caminar. Mis amigos son los fermentos de mi esencia, compañeros y colaboradores en mi viaje, fuentes de cobijo y cuido, en la sintonía de la reciprocidad, en el apoyo mutuo y cuando surge la necesidad, verdaderas resonancias de conciencia.

Iniciar una relación de amistad, en la mayoría de los casos, no ha sido difícil, me gusta conversar y soy buena oyente, me resulta interesante y enriquecedor socializar con otras personas llenas de experiencias de vida, otras formas de pensar y ser, a esto se suma luego la comprensión, la confianza, el amor y respeto por lo concreto y diferente, el querer y creer sin adecuaciones, ni patrones establecidos. Lo embarazoso, en mi caso, es mantenerlas, al no poder dedicarles el tiempo que se merecen, por mis faenas. Cuando encuentro personas deseosas y necesitadas de tiempo, penosamente no soy una opción y se retiran. Es legítimo y comprensible, nuestra vida es tan corta que no podemos desperdiciar el tiempo en esperas.

En mí transitar, la virtualidad, como dinámica mediadora, siempre estuvo encasillada y archivada, casi exclusivamente a propósitos de facilitación de mis actividades. Una eventualidad familiar con final desafortunado, selló en mí la impronta del rechazo a las redes sociales, al afán de compartir mi identidad y mi forma de vida en estos espacios. Soy un ejemplo de cómo los entornos y experiencias pueden permear e imprimir considerablemente nuestras acciones. En intentos por generar cambios, un amigo me creo un Facebook y un Instagram, donde nunca he compartido nada, el Twitter (X) llegó estando en Hive (lo uso muy poco).

Con este preludio de mi aversión a las redes sociales, llegué a Hive. Si recorres mi blog, verás poquísimas imágenes personales, ya que sigo protegiendo mi privacidad. Pero eso no ha impedido nutrirme de este multiverso de virtualidad. Con muchos vacíos y desconocimiento en su funcionamiento, di mis primeros pasos y desde el principio la interacción fluyó amigablemente, comencé a experimentar un exquisito bienestar, la curiosidad irrumpía con garbo, en este maravilloso lugar. Me complacían las posibilidades que florecían ante mí, muchas opciones para crecer y evolucionar con otros y para otros. Entre comentarios y publicaciones, fui descubriendo distinguidas y primorosas gemas, verdaderas almas de luz, mis amigos virtuales.

Ustedes, mis amigos Hivers, son alegría y reflexión, en un cúmulo de preciosa sabiduría, con un elixir de estímulo y crecimiento, que apacigua mis tempestades y desvanece mis inseguridades. Agradecida por el cobijo y el cuidado en la adversidad, tejiendo esperanza con hilos de luz en solidaridad, generando una gallarda permutación, hacia nuevas miradas e interpretaciones, dando valor a mí vivir.