Finalmente, llegó el momento, en beneficio de todos, en que acepté lo equivocada que estaba, añadiendo insistentemente al pasado y desperdiciando el presente, sobrecargándome persistente e inquisitivamente, limitándome a mí misma y limitando a los demás. Decidí valorar y utilizar adecuadamente el tiempo, no como cantidad, sino como cualidad, vivirlo y sentirlo como un regalo de la vida, que se me escapaba por no aprovecharlo. Ahí estaba el sustento y la moraleja, el tiempo bien empleado es felicidad, comodidad, salud y bienestar.

Para nosotros, como familia, el descanso reparador y el tiempo libre de calidad siempre estarán en lo más alto de nuestras prioridades, porque nos recuperan de las exigencias diarias y potencian nuestras energías positivas. Lo que más valoramos son nuestros breves periodos de tiempo libre, por muy adecuados que sean a las circunstancias. En particular, no nos gusta estar en lugares abarrotados, al contrario, preferimos las comunidades pequeñas y poco pobladas, nos complace disfrutar plenamente de los caprichos de la naturaleza y de su hermosa sabiduría ancestral.

En los llanos venezolanos, tenemos un lugar muy especial, proporcionado por amigos, cuando lo necesitamos, una finca con una casa modesta, árboles frutales y naturaleza por todas partes. Huele a tranquilidad, a desconexión, a sabiduría. Son momentos de paseos y caminatas, de reconfiguraciones perceptivas, interactuando con una pluralidad de sonidos, olores y colores, que enarbolan la exquisita armonía de la desigualdad, en la heterogeneidad, que solo es posible en la madre tierra. Los amaneceres y atardeceres son un espectáculo, digno de elogio, el horizonte se engalana con el arco iris de colores que resaltan en el cielo. Sin duda es nuestro lugar especial, espero que este año todo fluya en sincronía y podamos escaparnos, aunque sea por unos días, será agradable y placentero, enriquecedor... la última vez que estuvimos fue hace cuatro años.