Ese último rayo que recibí de mi Alamar, me dejó un tatuaje llamado nostalgia. No sabía cómo podían ser las mañanas en otros cielos, pero si sabía de las mañanas en ese cielo alamareño: sol cálido, pájaros saliendo de los nidos que les dejaban hacer en los edificios que albergaban sonidos profundos de esperanzas antes la incertidumbre nacional.
Olvidaba decir que el mar de la costa periférica solía recibirme con deseos, anhelaba que nadara en él. Yo respondí con acertividad ante su invitación. Él me abrazaba entre tanto cemento.
La nostalgia vuelve y me acaricia la cara como esa última mañana en mi Alamar.
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