Un bostezo espanta el sueño del viejo y cansado amante
que con su mirada triste, observa sin placer
a la mujer.
El gesto desinteresado, desprovisto de encanto,
se posa en el rostro de la elegante mujer cuando escucha la voz
del hombre.
Nada pasa.
Nada nuevo.
El desayuno es una ronda de silencios deliberados
apenas rotos por el choque de los cubiertos
o el sonido del teléfono con la voz
del jefe apresurado por el informe.
La mañana abraza al hastío con un frío otoñal
y el calor sólo es un elemento decorativo
de los cuerpos distantes y las almas indiferentes.
Hay prisa por salir de la prisión.
Rompe en llanto el cielo gris mientras una
brisa leve agita las copas de los árboles vecinos.
El hombre mira al cielo desde una ventana.
En otra, la mujer dibuja un círculo invisible.
El café se acaba y el aburrimiento se extiende.
El auto espera por dos seres convertidos en ajenos,
ansiosos de otros rostros y otras voces
más valientes que ellos.
Ella baja del auto con un “Adiós” impersonal
que no consigue respuesta.
El hombre sigue su ruta con música
pop que hace mover sus dedos sobre el volante.
Un día inicia sin que nada acabe,
excepto el amor…
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