HAY UN SECRETO EN LA FAMILIA (RELATO DE TERROR)

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Hay un secreto en la familia

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Elías se encontraba de vacaciones en la finca de su familia, a las afueras del pueblo, a unos 30 kilómetros de donde él vive. No es que su pueblo de residencia fuera muy grande, pero era la única civilización de toda esa zona de la provincia. Kilómetros y kilómetros cuadrados de llanura y selva y una casa en medio de toda la naturaleza. Elías simplemente lo amaba.

Tenía bebiendo ron con jugo de limón desde el desayuno, solo tenía dos arepas con huevo frito en el estómago, además de, como mínimo, tres botellas de ron entre los tres primos que se encontraban en la finca el fin de semana. Ellos eran Eduardo y Miguel. Todos eran primogénitos de diferentes hijos de su abuela, la matrona de la finca. Eduardo era 6 meses menor que Elías y Miguel tenía dos años menos. Ninguno era mayor de edad.

Entre la borrachera, decidieron ir a los establos para así dar una vuelta por el territorio con el fin de pasar el tiempo. Tomaron tres caballos y una yegua. Miguel sabía perfectamente montar las sillas, ya que era el único que vivía en la finca, y enseñó, a pesar de la ebriedad, a cada uno de sus primos a armar sus asientos sin molestar al animal. Cuando terminaron, arrancaron bajando por la llanura y siguieron luego por un relieve selvático hasta llegar a un río.

Mientras cabalgaban a media velocidad. Eduardo, molesto por la situación de moverse muy lejos de la finca, se refirió a su primo de forma retadora:

– Como se nota que eres el favorito de la abuela y de la tía Leticia, te enseñan de todo Miguel.

-- Tú no entiendes nada.

Dijo Miguel secamente, que cada vez que avanzaba más en el camino se iba poniendo más serio.

Al bajarse de las nobles bestias, las acercaron para que tomaran agua y se hidrataron ante un calor de unos 35 grados. Estaban tirados en el suelo, que esparcía un olor a tierra mojada. Para Elías era de los mejores olores del mundo. El río no era tan profundo y tenía unos cuatro metros de ancho El agua era azul claro, prácticamente cristalina. Los muchachos bebían ron y lanzaban piedras al río, pero empezaban a aburrirse.

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Repentinamente, Miguel, se empeñó en visitar un lugar misterioso que estaba cerca del lugar donde estaban y que había visto cazando con su tía. Continuó diciendo que tenían que ver algo muy extraño que estaba ahí. Elías lo apoyó eufórico y amarraron a los caballos para ir caminando hasta el lugar. Elías siempre quiso explorar más allá los campos de su familia.

Subieron una pequeña montaña al lado del río por unos cinco minutos y luego bajaron la misma por unos dos minutos más hasta llegar a una pequeña planicie de arbustos, flores y un camino de girasoles que llevaban a lo que era un altar con piedras y madera. Era hermoso, estaba pintado de verde selva y tenía detalles dorados. El sol pegaba de forma que hacía un efecto de rosa y turquesa que lo hacía parecer realmente divino.

Todo el lugar tenía un aroma agradable, las flores largaban fragancias frescas y cítricas que hacían del espacio casi hipnotizante. El calor se había ido, la temperatura era perfecta, y todo el altar estaba rodeado por árboles que causaban una sombra que era interrumpida por espacios entre las hojas que permitían penetrar leves rayos de luz para dar una iluminación tenue y cálida al lugar.

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Al acercarse, vieron que el altar tenía varias ofrendas, frutas, licores y hasta algunas prendas valiosas. Los muchachos se miraron entre ellos y con carcajadas y chistes incoherentes, completaron su ebriedad con los licores que estaban en el altar, comieron las frutas y rompieron detalles que consideraban inútiles, como adornos de vidrios y algunos porta retratos con imágenes que no le encontraron sentido. Lo hicieron por inercia de borracho, sin pensarlo.

Se tomaron unos minutos para confirmar que estaba completamente destruido el altar. En el fondo, Elías se preguntó por qué Miguel estaba tan intenso rompiendo todo en el lugar. Sin embargo, Elías sentía en cierta forma esa euforia, era como si su sangre repentinamente se calentara, como si su naturaleza era estar destruyendo ese altar ahí mismo, así que siguió a lo suyo.

Cuando terminaban de desordenar y vandalizar todo el lugar, tomaron el resto de las botellas y se encaminaron de vuelta a los caballos, pero a mitad del camino formado por girasoles, apareció repentinamente una figura que, a simple vista, era imposible determinar su sexo, pero parecía alguien anciano y tenía una túnica desde la cabeza hasta los pies.

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Su rostro era difuso y no lograba verse con claridad. Llevaba sandalias, tenía las uñas extrañamente largas y sus dientes estaban presionados, como en gesto de rabia. Los primos se acercaron entre ellos y con la voz nerviosa, Eduardo, quien estaba más sobrio y que siempre consideró esto una mala idea, saltó adelante y preguntó a la presencia sin pestañear:

– ¿Quién eres? Nosotros somos de la familia Díaz, estas tierras son nuestra, o en tal caso de los Martínez y conocemos bien a esa familia. Estás invadiendo propiedad privada.

Acto seguido, en un abrir y cerrar de ojos, la presencia se encontraba totalmente al frente de los jóvenes, los cuales saltaron de un susto, impactados al ver que el rostro de este ser todavía se mantenía difuso aun cuando lo tenían muy cerca. El humanoide con forma de viejo andrógino levantó su mano y con una especie de baba verde, masajeo la cabeza de Eduardo, que cayó prácticamente ipso facto en sus rodillas.

Los primos corrieron a levantarlo y el ente hizo un sonido gutural breve y repentinamente desapareció. Los primos, privados de miedo, lograron levantar a Eduardo, que no terminaba de reaccionar y entrar en sí mismo. Corrieron hacia los caballos y se montaron cada uno arriba del correspondiente. Fue todo un problema, ya que los animales no querían quedarse quietos y estaban muy alterados.

Cuando por fin lograron montar a su primo, que solo hacía sollozos y quejidos, además de tener los ojos un poco perdidos, mirando a sus primos en pánico y como si lo que veía no era a ellos. Pero se quedaba más tranquilo cuando los escuchaba. Se preparaban para arrancar, parecía que habían pasado muchos minutos luego del susto con el viejo y seguro ya se había ido de ahí.

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Sin embargo, antes de dar rienda suelta, escucharon de nuevo el sonido grave y atormentador que había hecho la entidad cuando llenó de baba la frente de Eduardo. Todos miraron hacia todos lados, y de repente, Miguel tiró un grito que hizo erizar a todos y produjo que las palpitaciones se aceleraran a niveles nunca antes alcanzados.

Miguel señalaba con su dedo hacia arriba, estaba una rama gruesa y encima de ella, estaba una criatura. Era un buitre gigante, de unos dos metros, completamente negro, sus plumas eran negro mate oscuro, parecían maderas de azabache. A excepción de su pecho, que era blanco como una nube. Pero luego, estaba la cabeza.

La cabeza del buitre no era la de un buitre común. De su cuello salió un relieve carnoso y luego su cara se convertía en la de un humano. No podía llamarse cabeza humana a eso, pero tenía una forma muy similar. Intentaron detallar, pero por más que miraban, era un rostro difuso con ojos completamente blancos. Y entonces entendieron, que ese rostro era del viejo, del maldito viejo.

El buitre abrió sus alas, fue imponente, logró prácticamente tapar el sol y hacer que se creará una sombra sobre todos los primos, que miraban simplemente asustados y entre llantos. Y luego de tener sus alas abiertas, el buitre volvió a repetir el sonido gutural, pero esta vez a un nivel que dejó a todos los primos con los oídos tapados y chillones. La bestia alzó vuelo y aleteó varias veces sobre ellos.

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Los primos, como pudieron, hicieron señas y marcaron el camino de vuelta a casa haciendo galopar a los caballos. Los caballos empezaron a correr con toda velocidad por la misma vía pot donde habían llegado en primera instancia, pero el viejo buitre los perseguía. La sombra que dejaban las alas planeadas de la bestia los cubría y en cada aleteo, ellos sentían el impulso del viento caer sobre sus cabezas, era horripilante.

Cada ráfaga de viento los congelaba y les hacía temblar de temor. El calor se había tornado inexistente y no tenían a donde correr. Siguieron este ritmo un rato hasta que, repentinamente, la sombra sobre ellos ya no estaba y el calor volvió como un cálido arropo de calma y sobriedad. Lograron mirarse entre ellos, pero a los pocos segundos, Miguel tiró gritos señalando al frente del camino.

Estaba el buitre con cabeza de viejo, esta vez si se veía bien su rostro. Era una persona con rasgos indígenas, pero de ojos claros, sus dientes sobresalen de su boca y su pelo era totalmente blanco. La bestia volvió a gritar, dejando abrumar toda la zona con su frecuencia gutural, y los caballos que se dirigían derecho al hombre ave con la intención de atropellarlo, se desviaron y tomaron el camino que se les vino en gana.

En ese momento, la visión de los primos se fue a un total y completo blanco, que se fue oscureciendo hasta quedar en tonos grises. Vieron imágenes extrañas, personas bailando y celebrando, vieron un altar parecido al que destruyeron pero de un tamaño mucho mayor, y luego, Elías se dio cuenta de que había una imagen con varios cuervos humanos peleando entre ellos, uno de los cuervos, tenía las cabezas de su difunto abuelo y su abuela viuda, dueña actual de la finca de los Díaz.

Minutos más tarde, todos los primos retomaron la conciencia y desviaron sus caballos de vuelta al camino original de vuelta a casa, casi al llegar a la finca de los Díaz, se encontraron Miguel y Elías. Ambos estaban blancos del miedo, no entendían nada, y al mirarse y ver que estaban bien, los dos surgieron con la misma interrogante: ¿Dónde está Eduardo?

Nunca volvió en sí mismo luego de que le pusieron la baba en la cabeza y no recuerdan nada luego del grito final de la bestia. Los primos aterrados entraron a la finca y despertaron a todos, explicaron lo que pasó y lo que vieron. Su abuela María Inocencia estaba aterrada. Empezó a gritar exclamando con miedo que buscaran a su nieto y lo liberaran del buitre viejo de la montaña.

La abuela maldecía al monstruo, y decía a sus nietos que se habían metido con el ser más oscuro de toda la zona, que esto podía significar una guerra con este ente, el cual llevaba la muerte con él a donde iba. Miguel, con miedo, dijo que le parecía que era una mujer anciana, pero la abuela le refutó diciendo que jamás sabrán exactamente que puede ser.

Luego, caminó hacia Miguel y le preguntó si estaban seguros de haber hecho lo que ella le pidió. Elías quiso cuestionar las imágenes que vio a su cabeza y quiso retar a Miguel, ya que se sintió manipulado a ser convencido por él mismo para destruir al altar. Pero todo fue rápido y en un abrir y cerrar de ojos ya se estaba alistando para salir en busca de su primo.

Salieron todos los hombres de la familia, más la tía Leticia, que era en realidad la más valiente de todo el grupo y que tenía, como mínimo, 10 años cazando en la zona y dando alimentos a todos los Díaz. Luego de horas de búsqueda, encontraron a Eduardo, temblando y con los ojos totalmente perdidos, abrazando al caballo y llorando.

Lo encontraron en el mismo lugar del río donde habían arrancado. Eduardo reconoció a sus primos, y empezó a gritarles y reclamarles cómo pudieron dejarlo abandonado. Los primos trataron de explicarle que ellos también cayeron inconscientes, pero Eduardo solo gritaba y repetía una y otra vez que jamás podrá olvidar lo que vio la noche anterior cuando se quedó solo.

Eduardo hablaba incoherencias, hablaba de una guerra entre indígenas que había tenido esta zona, y que estaba lleno de muertos que tienen sed de venganza y destinaron al buitre para qué se encargara de rendirles honor a las almas turbadas que allí estaban. Mientras Eduardo hablaba a los gritos sin parar, se dirigieron de vuelta a casa.

Al llegar, la abuela salió a recibir a la familia. Caminó entre todos hasta llegar a Eduardo, que venía mirando al cielo, quejándose y repitiendo frases sin sentido. Nada más mirarlo, la abuela tomó una rama y le pegó en la cara haciendo que cayera al suelo, pero Eduardo retrocedió de pie.

Al ver a la anciana frente a él, Eduardo empezó a gritar desesperadamente, pidiendo auxilio y hacía señas hacia su abuela, gritando, indicaba que su abuela era la clave, era la pieza clave de todo lo que él había explicado. Acto seguido, la abuela sacó una pistola, y le disparó en la cabeza.

– Es lo que imaginé, este no era mi nieto, era otro.

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Todos los familiares estaban aterrados y llorando por lo sucedido, gritando a la anciana porque había cometido semejante crimen contra su nieto. Hasta que la abuela repentinamente los interrumpió.

-- Les dije que no era él. Cállense la boca y limpien esto. Prepárense porque viene la guerra.

Toda la familia se quedó en silencio. La abuela se fue con revólver en mano hacia dentro de la casa, y los primos tomaron por manos y pies a Eduardo para llevarlo a enterrar. La madre del difunto tiró todas sus pertenencias al patio y las prendió fuego.

Por último, la tía Leticia, vestida de negro, salió al patio llevando una carrucha con varios estuches de madera grandes. Dejó caer estos estuches al suelo y luego los abrió rápidamente. Gritó a sus sobrinos, y pidió que cada uno levantara lo que estaban dentro de los recipientes. Eran ballestas antiguas pero muy bien conservadas.

Cada nieto de María Inocencia tomó su arma, el único que supo tomarla sin complejidades fue Miguel. Estaban todos listos. Y el tío mayor, pues, también vestido de negro y con linterna en mano, escaló hasta el árbol más alto cercano de la casa. Preparados para el inevitable colapso que se acercaba.

FIN…
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