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LA LUNA REFLEJADA EN EL MAR
El soldado Juan Manuel González y sub almirante Esteban Gómez Gómez, fieles compañeros de lucha del Almirante José Prudencio Padilla, se encontraban cumpliendo una orden que les había solicitado el mismísimo general en una de las cartas más breves, pero concisas, que habían leído en los tiempos de rebelión. Los soldados de igual forma habían aceptado y habían partido dispuestos a hacer el deber correspondiente.
El general les había solicitado ir a buscar una barca de lucha en los puertos de Cartagena, un navío tipo Goleta, que traían los dos soldados juntos con algunos refuerzos, que eran civiles rebeldes que se habían sumado a la causa, pero que no tenían el conocimiento real para llevar la barca, pero por la urgencia de la situación, era necesario
Estos soldados tenían una relación fraternal con el General, quienes lo conocieron en las batallas en la frontera para unificar los polos libertadores de Venezuela y Colombia y así formar el gran ejército neogranadino que venía tomando y tomando cada vez más fuerzas y espacios que tenían en este momento prácticamente azotado a las fuerzas españolas al punto de tener casi ganada la independencia.
Sin embargo, el reinado español había logrado revertir con sus militares un poco la situación en ciertas provincias y especialmente, habían impuesto control en el puerto del Lago de Maracaibo, y desde el Castillo de San Carlos acomodan sus tropas de nuevo y lograron un total control marítimo gracias al General Español, Francisco Tomás Morales.
Por esa razón, estos soldados fieles de Padilla estaban ejerciendo su labor a favor del ejército libertador, ya que se preparaba de mano del General Santander, vicepresidente de Nueva Granada y co-líder del ejército libertador junto al General Simón Bolívar. El bote se unirá a una flota comandada por el Almirante para así emboscar al castillo San Carlos y lograr el despeje del ejército español en unos de los pocos bastiones restantes de su resistencia.
El general Santander, quien se encuentra a cargo del gobierno neogranadino debido a que el General Bolívar se encuentra en una reunión con altos militares de diversos sectores del continente con el fin de concretar fuerzas que permitan el despeje de las tropas Españolas, de hecho, en primera instancia parecía que se disponían desde el sur a enviar algunos botes para apoyar estos ataques, pero a última hora ha llegado un mensaje diciendo que no sería posible.
“Parece que el General Bolívar y el General San Martín no tuvieron el mejor encuentro en Ecuador”, indicaba Gómez Gómez al resto de los tripulantes que se preguntaban como él, que había pasado. “Se dice que Bolívar y San Martín tuvieron diferencias y discutieron sobre cómo gobernar ahora unos de los países hacia el Sur, que se llama Perú. Al parecer ya no son compañeros de armas, solo de ideales. La independencia está sobre todo” Concluyó Gómez mientras toda la tripulación lo apreciaban con nerviosismo.
La nave navegó por toda la costa sin problema alguno, eran zonas tomadas por la rebelión. Pasaron por Barranquilla, y luego por Santa Marta, así lograron salir del departamento de Magdalena. Tomaron una ruta un poco más abierta hacia aguas profundas, ya que no querían ser vistos por nadie, esto ordenado por el mismo Almirante Padilla. Luego de eso navegaron en línea recta hacia aguas venezolanas.
Tenía el riesgo de que pudieran ser interceptados por algún bote español que por pura casualidad estuviera navegando en la zona conectada con Aruba, islas cedidas al reinado holandés, donde descansaban parte de la flota española, sin embargo, lograron penetrar hacia la punta del golfo donde se encontraba en general Padilla listo con el resto de la flota, que consistía en 8 Goletas iguales a los que ellos transportaban, además de cuatro botes mercantiles y tres botes flecheros.
– Soldados de la patria, debéis prepararte para una batalla única y sin igual. El imperio nos lleva mucha ventaja en el conocimiento marino, pero nosotros tenemos la verdad de Dios y de la libertad con nosotros.
El Almirante Padilla se encontraba de pie frente a todos los tripulantes, capitanes y sub almirantes que estaban destinados a cumplir con la misión de pro de la libertad. Su voz era serena, pero a la vez firme y acentuada, no gritaba, pero sus palabras se escuchaban en todo el patio y no hubo ni un solo soldado que no escuchara el discurso.
– He escuchado que la corona ha nombrado a un militar muy experimentado para este tipo de batallas, su nombre es Francisco Morales. En este momento, desde puertos cubanos están enviando refuerzos a la flota en el departamento del Zulia, estarán reuniéndose con el resto de la tropa española en el Castillo de San Carlos.
El Almirante no bajaba la mirada ni titubeaba en lo absoluto al momento de pronunciar sus palabras, su voz era como una melodía que causaba una gran confianza e inspiración, pero a su vez, también era una orden de guerra que encendía la adrenalina de cada uno de los marineros presentes.
– Mañana zarparemos en busca de dar una primera estocada y debilitar sus fuerzas, debéis ser prolijos, limpios y exactos en cada una de vuestras maniobras. Juntos, lograremos penetrar las costas, dominaréis el mar y su fuerza, y con ella hundiremos al yugo español. Señores, por la patria, por Bolívar y por nuestras mujeres e hijos, mañana lucharemos a muerte por nuestra libertad.
Los soldados durmieron una noche ligera y tranquila, sin ningún detalle. Sin embargo, Gómez Gómez tuvo un sueño raro, se encontraba con una pierna atada, o mejor dicho atascado, entre las sogas de las velas y su cuerpo se encontraba de cabeza fuera de la borda, solo lo mantenía al bote esa pierna atada y por más que intentaba balancearse para volver escalar y entrar de nuevo en la nave, nunca lo lograba. Lo único que podía ver, era la luna amarilla y brillante reflejada en el mar.
Sonaron las cacerolas contra la madera en la madrugada, justo antes de salir el sol, a lo largo se escuchaban gallos cantar. Los soldados se alistaron rápidamente y se ordenaron en el patio para esperar al almirante. Este, sin decir ni una palabra, se colocó con su caballo al frente y todos los tripulantes fueron hacia el puerto, para así preparar sus naves.
Los soldados zarparon a primera hora del 8 de mayo de 1822 y se dieron directamente hacía Maracaibo, si todo salía bien, lograrían reprimir a las fuerzas españolas hasta el castillo y tomarían los Puertos de Altagracia para así no solo mantener acorralados a las fuerzas españolas en el Castillo de San Carlos, si no además evitaría que los refuerzos de los republicanos enviados desde Cuba lograran penetrar al Lago de Maracaibo.
Estaba el viento a favor y las naves se deslizaron sobre el mar encaminadas hacia una lucha que, para ventaja de los rebeldes, ya que tomarían descuidados a las fuerzas enemigas. Los barcos entraron por el golfo desde el mar hacia el lago sin ningún problema, y luego de esto, conquistaron el puerto de Altagracia y la entrada del castillo San Carlos, que gracias a decisiones de Morales, confiando de que el ejército rebelde no vendría todavía, movió los cañones y le costó espacio importante para su defensa.
Sin embargo, no todo había sido tan fortuito. Una de las barcas españolas se encontró con una de las flotas pro libertadoras prácticamente de frente mientras se encontraba cruzando para encaminarse junto a sus pares neogranadinas. El bote fue bombardeado por 15 cañonazos y su agresor agitó las velas para irse a resguardar en las costas cercanas del bastión español en el centro del castillo.
Juan Manuel González y Esteban Gómez Gómez que estaban en la barca de al lado, vieron como varios compatriotas salieron volando, sin piernas, brazos e incluso cabeza, que caían como piedras lanzadas sin sentidos hacia el mar. La flota herida logró navegar un poco más hasta llegar a un arrecife que permitió trasladar de nave los supervivientes.
El resto del ejército republicano se reprimió hasta el castillo para agruparse junto a su líder, Francisco Morales. Mientras tanto, Padilla juntó a sus soldados para felicitarlos por una misión exitosa que permitiría ahora planificar un ataque definitivo a las tropas españolas. Había algunos heridos, y todos estaban cansados, en especial los que habían navegado en los botes flecheros, pero una vez más, Padilla, con su temple y determinación incuestionable, los hizo emocionar con otro discurso.
– Estimados Patriotas, que me habéis acompañado, hombro con hombro y espada, con espada contra los defensores de la tiranía, vosotros, que aman a sus familias neogranadinas como yo amo la mía. Vosotros, a los que le debo mi respeto y admiración, al igual que vosotros me otorgáis la suya, les doy las gracias por hoy estar, una vez más, vivos, y podéis celebrar que hemos tenido éxitos en este nuevo asalto hacia la libertad.
Los tripulantes levantaron sus espadas y otros aplaudieron y gritaron con alientos las palabras del almirante. Todos fueron a dormir y descansar para prepararse para la batalla. Ellos sabían que estos primeros días tratarán de hacerlos retroceder a toda costa, y ya varios informantes le habían indicado a Padilla que Morales estaba dispuesto a enfrentar el batallón de uno de sus mayores aliados, el general Francisco Esteban Gómez, que se encontraba en camino para respaldar su batallón.
El 19 de mayo, efectivamente hubo un encuentro entre varias de las tropas de Morales que fueron por tierra a evitar que llegaran hasta Maracaibo el batallón Carabobo comandado por Gómez. Se enfrentaron en una batalla sin descanso donde hubo bajas para ambas partes, pero donde el batallón Carabobo, invicta hasta el momento, lo venció sin problema y además de causarles bajas importantes al ejército imperial, también desplazó de nuevo a Morales, que salió huyendo al castillo donde era esperado por el Coronel Manuel Funguito, gobernador encargado de la provincia del Zulia por parte de la corona.
Tal fue la indignación de los realistas, que al día siguiente el teniente de navío Francisco de Sales fue a enfrentarse en Punta de Palmas al ejército libertador que estaba allí. Gómez Gómez estaba al mando del grupo, el cual simplemente venció sin problemas al batallón y fueron desarmados por completo. A todos se les obligó a salir del barco y antes de ejecutarlos a todos, Gómez Gómez degolló personalmente al teniente Sales por proclamar blasfemias contra el general Bolívar.
Hubo unos días de tensa calma y Padilla, estaba muy nervioso de que pudieran hacer un ataque sorpresa. El líder del batallón ya no aguantaba más incertidumbre y por eso, tomó una decisión y procedió a reunir a los hombres para comunicarse y dejar instrucciones.
– Por ahora, en plan es mantener a las fuerzas enemigas fuera de la entrada al lago por el norte. Tendréis que esperar que vuelva de la reunión con nuestro estimado Coronel Manrique, tendré que ir en una rápida travesía con dos de los soldados para luego uniros a la lucha para el asalto final. Debéis ser pacientes y procurar que no los logren emboscar por el norte y les prometo que la próxima vez que nos veamos, será para celebrar con puño cerrado nuestra libertad.
Los hombres del Contraalmirante Padilla obedecieron las órdenes y cuidaron de las aguas del lago como si de ello dependiera la independencia misma. El 25 de mayo, Gómez Gómez junto con otros soldados tuvieron que ir en un flechero a enfrentar en el puerto de Punta de Palma a varios soldados realistas que intentaron tomar control de lugar, pero Gómez Gómez se había ganado la confianza de Padilla por su determinación y buen olfato para la lucha e interceptar a sus enemigos.
En días consiguientes, se intentó por parte del ejército imperial otros acechos a otros puertos, intentaron recuperar dos espacios importantes, como el Puerto de Altagracia y Capitán Chico, sin embargo, lograron sin Padilla mantener la firmeza al punto de que obligaron al ejército español a retirarse a Curazao de nuevo y a los terrestres, los obligaron a saltar las paredes del Castillo.
Las fuerzas libertarias se despejaron en varios muelles específicos y bloquearon con barcas antiguas y restos de las destruidas al enemigo la entrada al lago por la zona del norte, con eso ganarían tiempo por si volvían de Curazao las fuerzas coloniales. Vigilaban día y noche hasta que volviera su líder, el Contraalmirante Padilla, que para esta altura, 30 de mayo de 1822, debe estar ya reunido con Manrique para sincronizar las maniobras tanto por tierra como por mar al momento de embestir el Castillo San Carlos.
No hubo mayor agitación en el resto de los días que Padilla estuvo ausente. Salvo una vez, detectaron humo incoherente cerca de los muelles en el centro del lago, y tuvieron que hacer una leve expedición Gómez Gómez y su grupo para revisar que estaba aconteciendo. Se encontraron con una tropa de soldados pro españoles.
El descuido se había dado porque esta tropa no recibió la corta avisando la situación presentada en el lago, donde las tropas de Padilla tomaron control de los puntos estratégicos y simplemente decidieron acampar antes de presentar sus servicios en el castillo al amanecer. Las tropas rebeldes los tomaron por sorpresa. Estaban algo ebrios y desarmados.
Todos fueron mutilados y asesinados, a pesar de la masacre, la obra fue limpia y no hizo ni siquiera mayor ruido en toda la zona. Nadie escuchó nada, a pesar de que el lago, en esos momentos de tensa calma, producía un silencio completamente limpio que solo permitía el sonido de la fauna y de las leves olas del lago. Silencio que para los soldados, a veces resultaba más lleno de zozobra que de calma.
Sin embargo, Gómez Gómez no se quedó tranquilo, y esa misma madrugada tomaron otro flechero y se fueron poco a poco y en silencio hasta Puerto Moropo, allí vieron que estaban descuidadas las fuerzas enemigas y tomaron también ese puerto para ellos, el cual se encontraba frente al Castillo, pero al otro lado del lago.
A los pocos días de lo sucedido esa noche volvió el Almirante Padilla. Felicitando a sus hombres por mantener el orden en su ausencia, procedió a reunirlos para dar las indicaciones de los próximos días.
– Queridos patriotas y compañeros de guerra, que me han dado su vida a cambio de brindarles el camino correcto para vencer al enemigo que se obstruye entre vosotros y la libertad, hoy mi alma se llena de gozo al saber que no puedo tener soldados más fieles y capaces. Estoy seguro, que el general Bolívar pensaría lo mismo. Sin embargo, ahora vienen los días más difíciles y que serán cruciales para nuestra independencia.
Padilla procedió a caminar levemente en círculos, pero sin bajar la cabeza. Su voz, como siempre, era firme y estable. Se proyectaba hasta el último soldado que se alzaba sobre ramas para lograr escuchar al Contraalmirante, todos estaban atentos, reconociendo el momento histórico que los atrapaba, reconociendo sus destinos.
– La reunión con nuestro compañero, el Coronel Manuel Manrique, ha dejado un plan claro que debemos ejecutar con paciencia y sensatez. Por ahora, debéis de mantener los puertos y las aguas controladas por el ejército liberador. Ellos están completamente acorralados tanto por tierra como por agua, no les quedará pronto otra opción que negociar su partida a España, dejando así nuestra amada Nueva Granada.
Todos alzaron puño al aire y se dispersaron para ir a descansar. Efectivamente, todo fue cómo planeó Padilla, hubo días tranquilos donde el ejército rebelde mantuvo el control del lago de Maracaibo y las adyacencias más importantes al castillo San Carlos. El ejército español estaba rodeado de fuerzas revolucionarias: el teniente coronel Juan de los Reyes González, el coronel Manuel Manrique, el general Gómez, todos en diversos puntos estratégicos para asegurar la victoria.
Padilla, por supuesto, estaba cerca de la entrada del lago y del resto de los puertos cercanos al castillo San Carlos. En el puerto más cercano al Castillo estaba Gómez Gómez con sus hombres, que ya se habían empapado con su valentía y determinación. Estaban listos por órdenes de Padilla para ir al sur y tomar el destacamento de La Arriaga, lo cual harían en fusión de tropas con el coronel Manrique, sería el golpe final para obligar al imperio español a negociar.
El 13 de julio, la tropa de Gómez Gómez junto con Padilla y otros pocos hombres de su confianza, se encontraron en la costa del sur del lago, clandestinamente, con el Coronel Manrique se había cabalgado firmemente por el sureste de la ciudad y había esquivado la vigilancia española para poder llegar hasta ese punto.
– Hombres de bien, habéis dado su vida por la patria y por Bolívar, lo que viene ahora será el premio a su libertad. Escuchad a Padilla y escuchadme a mí, y lograremos una victoria en los días venideros. Ahora, vamos a hacer lo que sabemos hacer y volveremos a encontrarnos en el norte del lago para determinar nuestro siguiente movimiento.
Todos los soldados asintieron al Coronel, incluyendo a Padilla, que le tenía un gran respeto, y fueron hasta el destacamento en La Arriaga, al cual emboscaron sin aviso y sin perdón . Gomez Gomez fue el primero en pasar por mar, usaron un barco robado a las tropas españolas que embistieron contra el puerto del destacamento y luego de eso, saltaron armados a acabar con los guardias realistas que estaban haciendo la guardia.
Luego de eso, salieron corriendo a abrir las puertas del fuerte militar, y entró a toda tropa en sus caballos, tanto Padilla como Manrique. Lo siguiente fue un acribillamiento a las tropas españolas. Gomez Gomez hubiera preferido no dejar sobrevivientes, pero la moral de Padilla lo obligó a controlarse, y luego de tomar todos los recursos militares más valiosos del lugar, se marcharon todos en caballo hasta el puerto más cercano, y allí tomaron barcos hasta el norte del lago.
Pasaron días tranquilos y los realistas cada vez estaban más acorralados. Sin embargo, un 17 de julio, Gomez Gomez se vio sorprendido al ver que Padilla llegaba con una gran cólera al campamento y pedía en voz alta, casi a gritos, que se agruparan en el campo. Era la primera vez que lo veía tan molesto en su vida entera, tras años acompañándolo en el campo de batalla.
– Queridos patriotas, hoy he ido a reunirme con el ejército español para lo que creía, era la negociación de su rendición y exilio. Fui convocado en la mañana en una reunión express donde se hicieron presentes en el puerto que estaba, fueron con una barca simple, con banderas blancas por todos lados colgadas.
Padilla tomó aire profundo tratando de calmarse, se secó la boca con un pañuelo y luego volvió a alzar la voz.
– Sin embargo, el desubicado imperio, me ha solicitado la rendición tanto mío como de toda mi tropa. Pidiendo que bajaran las armas y pusiéramos nuestras integridades a la orden del imperio español para ser juzgados como traidores.
Esto provocó un retorcer en los rostros de todos los presentes. Ceños fruncidos, labios curvos hacia abajo, ojos que se entrecerraron con las cejas. Y venas, venas en la frente, en la sien, en el cuello. Muchas venas. Luego de esto, vinieron maldiciones e insultos, y escupitajos al suelo.
– Díganme ustedes, amados patriotas, ¿Consideráis que tenemos que hincar la rodilla al yugo, o creéis como yo, que les he dicho que por el nombre de la patria, de mi pueblo y de Dios, que lucharía con mi vida para sacarlos de tierras neogranadinas?
Las tropas enloquecieron y alzaron sus espadas y puños al aire, gritos y cantos, en los cuales el mismísimo Padilla se unía. Estaban decididos, enviaron mensajeros a los diversos aliados, para prepararse no solo para una batalla decisiva y crucial para la independencia, si no la batalla más importante de sus propias vidas.
Se mantuvieron haciendo planificaciones y estrategias para los días venideros. Mensajeros iban y venían entre los líderes a cargo de la misión en el lago de Maracaibo, dando indicaciones y aclaratorias de cuándo, cómo, dónde se harían los ataques y los contra ataques. Padilla era una persona que planificaba sus batallas a largo plazo, le gustaba cansar al enemigo. Pero otros líderes preferían ataques más directos, y estos planes eran respaldados por sus respectivos batallones.
Los días se mantuvieron tensos hasta que el 21 de julio a la mañana llega un mensajero asegurando a Padilla la próxima llegada del respaldo español enviado desde Curazao, liderados por el General Laborde. Todos se organizaron y salieron navegando hasta la entrada del lago, donde se suponía que llegarían las fuerzas españolas, pero tras horas de espera, no lograron conseguir señales de esas tropas.
Padilla ordenó avisar a sus aliados para que revisaran toda la costa venezolana con la intención de no descartar que estuvieran desembarcando en otra costa para luego sorpresivamente llegar por tierra, aunque Padilla estaba seguro de que no podrían conseguir caballos a tiempo en ese caso que evite que ellos embistan el castillo San Carlos para obligar a Morales a rendirse.
Efectivamente, no habían hecho el viaje completo, por alguna razón las fuerzas españolas se habían arrepentido de atacar al lago ese día, así que decidieron disolverse y esperar atentos en las próximas horas, pero los vientos parecían en contra para ellos y pensaron que tal vez no iban a arriesgarse a pelear así. Padilla ordenó a todos a posicionarse de nuevo en los diversos puertos del lago.
Esto fue tal vez el peor error de Padilla como contraalmirante, ya que el día 23 en la tarde, luego de varias horas de un viento neutral, sorpresivamente Laborde y los refuerzos españoles para tratar de entrar al lago de Maracaibo y reunirse con sus pares en el castillo de San Carlos para unir fuerzas contra el ejército rebelde.
Lograron penetrar la entrada del lago, y luego hubo una batalla con cañones que escucharon todos los demás escuadrones a lo lejos, en cada uno de los puertos, viendo a lo lejos como uno de sus botes explotaba y se desarmaba para luego hundirse en agua, todo esto mientras se oían gritos de auxilio y desesperación de los hombres.
Gómez Gómez y su grupo tomaron el flechero y salieron lo más rápido posible hacia donde estaban sus aliados. Laborde ya había pasado hacia el castillo y fue imposible alcanzarlo sin permitirse un daño que tal vez saliera caro para las luchas posteriores. El escuadrón logró rescatar a los pocos sobrevivientes y dejaron atrás a decenas de rebeldes muertos y 3 naves hundidas. Cuando el flechero volvía al puerto, vieron como venía en un mercantil, Padilla, con otros hombres, habían intentado interceptar a Laborde, pero los vientos se pusieron repentinamente en contra.
Laborde logró descender a tierra con varios de sus hombres y se entrevistaron con Morales para lograr acordar un plan, sin embargo, una cuestión de ego no logró concretar un plan certero y decidieron simplemente bajar con los botes posibles hasta los puertos cercanos al castillo y esperar ahí el ataque patriótico para atacar en conjunto con los cañones terrestre a toda su armada.
Llegó el amanecer del 24 de julio, todos se despertaron a primera hora, y Padilla reunió a todos sus oficiales para dar un discurso final antes de zarpar a lo que era el inevitable destino de la libertad, o la muerte.
– Queridos patriotas, hoy os aviso, que nuestro amado General Simón Bolívar está cumpliendo años, y pudiera estar con su familia, celebrando como cualquier humano, pero os digo, que ha sacrificado todos sus lujos para unirse en una lucha irreversible contra la tiranía y la injusticia. Vosotros tenéis la oportunidad de darle el mejor regalo de vida, de darle la victoria en esta batalla, y celebraremos, como celebramos los batallones en Carabobo, cuando los realistas cayeron de rodillas frente a nuestras espadas.
Los soldados levantaron sus puños y sin decir nada más, tomaron cada uno sus respectivos puestos de navegación en las diversas naves para así hacer cumplir con su destino. Esperaron varías horas antes que llegara un último mensajero por parte del Coronel Manrique, luego de recibir el mensaje, Padilla ordenó a sus hombres a zarpar hacia el nordeste del lago.
Hacía unas dos horas que el sol se había postrado en la mitad del cielo y ya se inclinaba hacia el otro lado. Habían nadado con un viento compartido entre tenerlo en popa por unos 45 minutos que los hizo rodear el lago hasta el norte sin problemas, como luego, como era obvio, tenerlo en contra cuando se torcía la flota al oeste.
Luego de eso, se unieron todas las naves y en una flota uniforme, se dirigieron firmemente ante el frente enemigo para atacar por el norte de su fortaleza y empezar así, la tarea definitiva que los haría caer en un desenlace definitivo. Sin embargo, los realistas estaban al tanto de esto y por eso, Laborde decidió que era mejor ir al frente y tratar de provocar todas las bajas posibles antes que quisieran invadir el castillo.
– Os digo que podremos a nuestra noble nave, La Especuladora, al frente del resto de la flota y atacaremos de forma cruzada. Solo tenéis que ir con la seguridad de saber que la razón y Dios está con vosotros, y veréis como España grita victoria al final de la tarde.
Sin embargo, no había terminado de decir las palabras cuando uno de sus informantes les avisó que, de hecho, la flota rebelde tenía una ventaja amplía en aguas profundas y que provocaría, sin duda alguna, un castigo severo a las fuerzas españolas que perderían no solo todos sus barcos y tripulantes, sino también obviamente el castillo al no tener las fuerzas suficientes para aguantar el ataque.
Se vieron obligados a cambiar el plan, esperarían cerca de las orillas del castillo y la flota rebelde no tardó en darse cuenta de que simplemente serían esperados por el ejército español para tratar de resistir como sea el ataque. Padilla inmediatamente hizo izar la señal donde daba libertad a cada Capital de sus respectivas naves a realizar las maniobras necesarias para ganar el inminente combate que se avecinaba.
Padilla y su flota, entre ellos la de Gómez Gómez, que iba con espada en mano y con una cara desquiciada, con ganas de asesinar cuan español tuviera enfrente para así lograr la libertad y sobre todo, para desahogarse, para sacarse la rabia, para simplemente poder maldecir al aire con alguna razón de por medio, así fuera por tener la sangre enemiga en sus manos. Lograban ver la orilla del castillo San Carlos y frente a ella, la flota modesta que tenía la tropa realista, con los cañones listos y posicionados para el contraataque.
Padilla se aproximaba contra la barricada marina que tenían improvisadas las defensas realistas y silbó con fuerza hacia Gómez Gómez, que entendió la señal. Lanzaron los primeros cañonazos con polvo y harina que provocó una gran nube delante de los Laborde y sus subordinados. Estos empezaron a responder los cañonazos a los rebeldes, y luego activaron también la fusilería, pero no veían con claridad dónde lanzaban sus tiros. De esto tomaron ventaja los patriotas, que salieron entre el humo para embestirlos.
Gómez Gómez fue el primero en invadir una de las naves realistas, era una goleta que entre el flechero de su batallón más en la nave bautizada como “Confianza”, que era precisamente una de las encargadas de seguir a Gomez Gómez a todas partes. La abordaron sin problemas, lanzando al agua a sus tripulantes, la mayoría de ellos, con un puñal en el pecho o la garganta.
Gomez Gomez logró ver como se presentaba la batalla, cañonazos por doquier, vio compatriotas grancolombianos volar por los aires tras cañonazos que impactaron sus naves, pero en su mayoría, vio a sus compañeros de lucha invadir sus naves. Tanto los de El Marte como la Emprendedora e incluso también la Manuela Chitty ya estaban prácticamente acorralando a sus contrincantes y los españoles se empezaban a ver acorralados.
– ¡¡CUIDADO, PATRIOTAS, JODER!!
Gritó uno de sus compañeros de lucha que al mismo tiempo se lanzaba al agua desde “La esperanza”, uno de los botes tomados por La emprendedora que parecía prenderse fuego. Esto distrajo a todos y se escuchó a Padilla pidiendo a todos que se alejaran de la zona. Acto seguido, La Esperanza explotó levantando fuego no menos de 10 metros a la redonda, provocando que las flotas alrededor tuvieran grandes daños.
Luego de esto, todo fue un sinsentido de gente subiéndose a los botes y luego lanzándose de nuevo al ver que era el bote de su enemigo, aunque más de un realista quedó prisionero. Todos estaban afectados, pero las flotas realistas prácticamente estaban todas tomadas y solo lograron salvarse Laborde y unos pocos más y salieron escapando aprovechando el viento a favor. Salieron en dirección a donde imaginó Padilla, a Puerto Cabello, que era donde se rumoreaba que podrían estar varios botes de escape.
La especuladora salió navegando a toda velocidad hacia la entrada del lago y luego tornó sus velas hacia el oriente, lo cual lo siguieron varios de los botes patrióticos, sin embargo, Padilla se entrevistó rápidamente con Gómez Gómez antes de continuar su marcha para luego encontrarse en tierra firme con el coronel Manrique. Padilla le dio una orden directa a Gómez Gómez, que se encontraba eufórico y con ganas de perseguir a los realistas, pero su Contraalmirante tenía otros planes.
– Gomez, ha peleado bien, y sabe Dios y la patria, que lo que ha hecho hoy será recordado por toda la historia. Pero ahora necesito que tome la flota capturada, la Antonia Manuela, y la lleve directamente con los tesoros que allí se encuentran a Santa Marta. Es de vital importancia, puesto que suenan aires de levantamiento realista y es mejor resguardar esos recursos donde mejor sirvan a La Gran Colombia. Pero eso sí, por favor Gómez, no se deje atrapar por la neblina, debe irse rápido antes de que se vea envuelta en ella.
Gómez Gómez recibió órdenes claras, debía ir hasta curazao para asegurarse que no quedaran ningún refuerzo español en esa zona, y luego debería seguir en mar abierto un tiempo hacia el occidente para luego bajar, ya que era riesgoso ir cercano a la costa y que secuaces realistas estuvieran preparados para hacer una emboscada. El 25 en la tarde, luego de descansar unas horas, el batallón de Gómez Gómez partió hacia Curazao para hacer cumplir las órdenes del contraalmirante Padilla.
El batallón navegó hacia el norte por varias horas con el viento a favor, sin ningún inconveniente, y merodeaban las costas de Curazao que se encontraban desoladas y con sus guardias evidentemente dentro de las fortalezas que eran realmente humildes pero muy sólidas. El batallón vio como en las torres estaban guardias pendientes de los cañones, que los miraban a lo lejos, estos decidieron irse al ver que no había reunión de realistas por la cual preocuparse.
Cuando volvían, parecía que todo iba a transcurrir con tranquilidad hasta su destino en Santa Marta. La misión era volver por alta mar sin ser presenciados en costas grancolombianas, por si algún informante realista los veía, no delatara la reunión de rebeldes que se concentraba en dicha costa. Al ver que al anochecer el barco iba viento en popa hacia el oeste, se fue a recostar al camarote y pidió que se le despertara en 5 horas para relevar la guardia.
Antes de dormir, Gómez Gómez meditó sobre las últimas palabras de Padilla antes de irse. “No se deje atrapar por la neblina, debe irse rápido antes de que se vea envuelta en ella.” No entendía la seriedad e importancia que le daba el contraalmirante, si bien sabía que Gómez Gómez no se perdería en el mar ni en mil años. Sin embargo, siempre consideraba los consejos de Padilla porque nunca le había mentido.
– Mi señor, bien sabe que sé cuidarme en el mar y estoy con hombres valientes que harán de su orden una acción inevitable, sin embargo, lo tendré en cuenta, ya que no valoro más consejos que el de su merced.
Padilla se fue a perseguir a las tropas españolas con una cara más tranquila al ver que Gómez Gómez se fue entendiendo su mensaje, sin embargo, era él mismo que ahora no lograba descifrar la importancia del mensaje. Entre estos pensamientos, el vicealmirante se quedó dormido y repentinamente, luego de estar soñando, que corría en los patios de la casa de su abuela en la Riohacha, lugar de donde era oriundo como el contraalmirante Padilla.
– Señor, mi señor. Necesitamos por favor que se levante, ha entrado una neblina que no deja ni ver el reflejo de la luna, no se puede ni ver el mástil.
– ¿Neblina? - Dijo Gómez Gómez intrigado y algo preocupado.
– Sí, mi señor, de la nada, no había ni la más minúscula pista, os juro que estaba el cielo estrellado y el mar quieto, sin brisa y sin ruido, y repentinamente nos hemos visto envueltos en esta nube que no nos deja ver a dónde vamos.
Sin decir nada más, Gómez Gómez se levantó inmediatamente y subió hasta la borda para verificar, ahí estaban todos sus hombres, viéndose con cara de interrogante lo que sucedía. El recién llegado caminó a través de ellos y miró hacia el cielo y el horizonte, solo encontrando nubes espesas por todos lados.
Cuando subió, se encontró de frente al soldado Juan Manuel González, le parecía que hace mucho que no lo veía, aunque lo tuvo a su lado a cada momento en toda la batalla, sin embargo, siempre tuvieron una relación así, fantasmal, hermanos de lucha pero no de convivencia. Verlo ahí, parado, le supuso que estaba pasando algo preocupante.
– Mi Almirante Padilla también me lo dijo, lo de la Neblina. Os recomiendo a su merced y toda la tripulación estar listos. Preparaos. No podemos parar, debemos seguir.
– Os digo que deben ser cuentos e historias, pero no puedo negarme a una recomendación de mi almirante, TODOS PREPARAOS Y A SUS PUESTOS, ESTÉN ATENTOS.
Cada uno de los marineros se preparó en sus posiciones para una inevitable situación que al parecer todos entendían, pero que nadie había hablado. Siguieron avanzando algunos metros, no se veía nada, ni siquiera la punta del bote, todo era neblina por todos lados y los marineros apenas podían verse la cara llena de espanto e incertidumbre.
Fue entonces cuando, de forma repentina, frente a ellos la neblina se dispersó y apareció un bote, de madera negra, no por pintada, sino por podrida, velas rasgadas y sucias, una bandera roja alzada que ondeaba a todo dar. Luego, estaba la tripulación, que horrorizó de inmediato a Gómez Gómez y sus aliados. Eran todas sombras, con forma humana, pero de notoria falta de carne, de huesos, de piel, eran solo sombras, pero en sus ojos, había dos perlas brillosas color naranja.
– PREPARAOS, EN EL NOMBRE DE DIOS, LA VIRGEN SANTÍSIMA Y NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.
Tras eso, las naves colisionaron levemente y luego fue un retumbar de la madera en la borda, recibiendo los saltos de las sombras que habían asaltado el barco y lo hicieron, sin siquiera ser visto hasta ya estar arriba. A partir de acá, para Gómez Gómez todo se tornó gritos y sangre. Vio a sus compañeros ser masacrados, degollados.
A los que tenía al frente, los rodearon entre las sombras que recibían las puñaladas sin siquiera moverse de donde estaban y continuaban a lo suyo, asesinando a quien tuvieran frente a ellos. Les rajaron el cuello a uno y al otro, le clavaron un cuchillazo en el ojo y luego lo sujetaron por los miembros y lo jalaron tan brutalmente que salieron desprendidos sus brazos y piernas, haciendo un baño de sangre en toda la cubierta del barco.
Tras esto, se resbalaron otros soldados que fueron inmediatamente ejecutados por otras sombras más. Gómez Gómez estaba con su espada resistiendo lo que podía, pero cada vez que subía la cabeza, solo veía menos aliados alrededor. Luego de eso, vio una silueta que no tenía forma sombría, pero sí una piel podrida, un ojo vacío, casi no tenía pelo y era delgado pero firme.
Tras esto, sintió que lo dominaron y lo forzaron a arrodillarse, al mismo tiempo, vio que toda la tripulación estaba en el piso, muerta, tirada sobre un charco gigante de sangre que se desbordaba al mar. Miró al cielo, ahí seguía la neblina, pero lograba penetrar la luz de la luna llena, amarilla que se mostraba en una forma difusa y borrosa. Al mirar de nuevo al frente, vio como el capitán de la tripulación monstruosa, se acercaba al único tripulante además de Gómez Gómez: el soldado Juan Manuel González.
El hombre medio muerto se acerca a González y con voz ronca, acento francés y en evidente ebriedad, empieza a pronunciar palabras en forzado español.
– Monsieur, le diré que, por suerte, no tendrá que decirme donde más tiene tesoros y motines porque lo que quería ya fue tomado, que fue sus vidas. Antes éramos piratas de oro, ahora somos piratas de sangre.
González solo volteó la cara y escupió a un lado más sangre que saliva, luego de esto, el capitán siguió hablando.
– Soy el Capitán François l'Olonnais, hace 200 años, navegué estas aguas y fui temido y respetado por españoles, ingleses, franceses y todo tipo de americano. En Maracaibo, de donde viene y que sus tesoros huelo, hice el mayor saqueo de la historia reciente que cualquier pirata haya hecho, y nunca lograron atraparme.
El capitán hizo un gesto, y las sombras se movieron en simultáneo para tomar a González por los brazos y luego forzarlo a sentarse con la cabeza pegada a una tabla cerca del timón, esto les amarraron la cabeza solo dejando descubierto sus ojos y nariz y dejaron una punta de cada lado de la soga en las manos de los monstruos.
– Esta era mi forma más divertida de torturar, antes funcionaba para sacar información, ahora solo es por diversión, así que si te sirve de consuelo, acá solo te queda morir, pero tendrá que ser así, porque ahora solo puedo verlo una vez al año.
Luego de decir esto, las sombras empezaron a jalar las puntas de las cuerdas, haciendo que estas apretaran el rostro de González fuertemente, Gómez Gómez quiso intervenir, pero solo encontró puñetazos que lo llevaron a arrodillarse de nuevo, al levantar la vista, vio como el rostro de González empezaba a deformarse y en un momento, empezó a botar sangré por los espacios de nariz y ojos que le habían dejado.
Se escuchan los gritos, eso sí, a pesar de que su boca estaba llena de cuerdas, su dolor era tal que sus gemidos se escuchaban igual al de los gritos más desesperados de una persona sufriendo un dolor penetrante y consumidor. Esto siguió así, hasta que el rostro de González expulsó sus ojos y su nariz quedó completamente plana. Gomez Gomez solo gritaba de desesperación, pero el capitán de piel podrida solo se reía.
Cayó el cuerpo de lado, sin ojos y con el rostro deformado. Las sombras se agruparon alrededor de Gomez Gomez y dejaron un espacio para que pudiera incorporarse el capitán francés.
– Hace 200 años que navego por aguas que nadie puede ver, que nadie más que yo y otros desdichados pueden navegar, pero aunque sea se me permitió vivir. Nunca pensé que estos salvajes tuvieran magias tan poderosas que me llevaran a una maldición de siglos, pero ahora, cada año desde entonces, salgo en las noches del mar gris y entro a este mar, donde debo agotar la sangre de los marinos que, por mala suerte, les toca surtirse de su fluido vital para yo conservar mi conciencia.
Y pensó Gómez Gómez, que tal vez ese hombre era el Olonés, un pirata de quien le habían contado su historia cuando era pequeño. Este pirata efectivamente había saqueado Maracaibo y Gibraltar, e incluso amenazó a costa de Santa Marta también. Fue temido por el imperio y fue un rebelde francés, aunque muchos asumen que Francia al final negoció con él para que robara a la realeza hispana, pero nunca nadie lo sabrá.
Gómez Gómez sintió como era atado por los pies y luego de eso, fue levantado y llevado hasta el borde del bote, allí se le acercó el capitán muerto viviente, que a su vez, sacó un cuchillo y rápidamente lo penetró en la boca del estómago de Gómez Gómez, luego de esto, lo empujó y este quedó de cabezas al mar y con los pies atados al barco. Luego de eso, la bestia metió su mano por la herida y tomó el corazón de Gómez Gómez, sacándolo de su cuerpo de un solo salto, y luego dándole un mordisco.
Lo último que pudo presenciar Gómez Gómez, fue su sangre caer al mar uniéndose con el brillo de la luna reflejada en el mismo. Luego de esto, las bestias desaparecieron y se desintegraron de la existencia, haciendo que la neblina fuese con ellos y haciendo al amanecer llegar.