Confieso que todo en la vida siempre se me había dado con facilidad. Fantásticos pretendientes, espectaculares empleos, grandes amigos. Era querida, popular y nunca me faltaron invitaciones. Quizás eso me hizo ser una persona inmadura que creía que lo merecía todo y no valoraba lo bueno cuando lo tenía. A pesar de ser tan inmadura, Tommi se desvivía por mí. Pero el viaje a Tenerife, nos cambió a ambos. Más a él que a mí. En el viaje se dio cuenta de que yo era demasiado dependiente de mis padres, que debía llamarlos todos los días, que los extrañaba a morir y eso le hizo ruido a él.

Las cosas comenzaron a cambiar, nos comenzamos a distanciar y él tuvo que viajar fuera de Caracas. Cuando volvió, habló conmigo y me propuso que en vez de casarnos, viviésemos juntos un tiempo en Houston a ver qué tal nos iba y que si funcionaba, pues entonces nos casaríamos. Yo me enojé y le dije muchas cosas. Él con los ojos llenos de lágrimas, me dijo que estaba hiriendo sus sentimientos pero yo fui implacable.

Después de eso, me llamó algunas veces, pero yo, malcriada como era, no quise responder sus llamadas. Pasó por mi casa para hablarme y yo no estaba. Papá me dijo que Tommi se veía mal y algunos amigos me dijeron que él estaba bebiendo mucho.

Dos meses después, él se marchó del país y se fue con una compañera de su trabajo que siempre estuvo detrás de él y a él no le gustaba ella. Pero se refugió en sus brazos buscando consuelo y terminó llevándosela a Houston. Ahí fue cuando yo reaccioné y me di cuenta de mis errores, pero ya era demasiado tarde.