—¡Buenas tardes!—dijo con una risueña sonrisa—Es una tarde muy calurosa, ¿no cree?
—¿Perdone?—respondió asombrado—¿Que hace aquí?—Creyó que el viejo estaba loco. ¿Como podía sentir calor con el frío que hacía?
—Algo que he aprendido en mi larga vida, es que tarde o temprano, acabas deseando que llegue la muerte—aseguró.
De pronto, una fuerte ráfaga se abalanzó sobre ellos. Mario apenas logró cubrirse los ojos. En cuanto el vendaval cesó, el misterioso hombre ya no se encontraba allí. Mario se persignó muy asustado y tan rápido, como pudo, corrió a casa. No le contó nada a su familia sobre el espeluznante suceso. Esa noche, se le hizo difícil conciliar el sueño y las noches que le siguieron se mantuvo insomne.
Pasó mucho tiempo desde aquel episodio, sin embargo, la última frase del anciano asolaba su mente de cuando en cuando; notaba que ninguna enfermedad grave o accidente había acaecido sobre él desde aquel encuentro. Vio morir a su esposa y hermanos mayores, vio como el tiempo iba llevándose a todos los que un día conoció de joven. La muerte de su última hija, a los 100 años de edad, le hizo caer en cuenta que estaba maldito. Ya para entonces cargaba a cuestas más de un siglo. Al ver como el ataúd descendía, abandonó el cementerio, no tenía ánimos de dar unas últimas palabras y con su característico paso cansino llegó hasta un parque cercano y se sentó al lado de una muchacha. Comenzaba a nevar.
—Buenas tardes—dijo con un afable semblante—¿Puedo sentarme?—La mujer no respondía. Estaba sumida en sus pensamientos—Es una tarde muy calurosa, ¿no cree?
Foto suministrada por @Freewritehouse tomada de Pixabay
Suddenly, a strong gust of wind rushed over them. Mario barely managed to cover his eyes. As soon as the gale ceased, the mysterious man was no longer there. Mario crossed himself in fright and as quickly as he could, he ran home. He did not tell his family about the frightening event. That night, he found it difficult to fall asleep and the following nights he remained sleepless.
A long time had passed since that episode, yet the old man's last sentence plagued his mind from time to time; he noted that no serious illness or accident had befallen him since that encounter. He saw his wife and older siblings die, he saw how time was taking away all those he had once known as a young man. The death of his last daughter, at the age of 100, made him realize that he was cursed. By then he was already carrying on his shoulders more than a century. As he watched the coffin descend, he left the cemetery, not in the mood to say a last word, and with his characteristic weary gait he walked to a nearby park and sat down next to a girl. It was beginning to snow.
-Good afternoon," he said with an affable countenance, "May I sit down," the woman did not answer. She was deep in thought, "It's a very warm afternoon, don't you think?
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