— ¡Guadaña! —gritó una y otra vez.
Un remolino de dantescas imágenes asolaba la mente de Mateo. No podía perder a quien sentía su pérdida de forma genuina. Sin lágrimas falsas, ni pésames vacíos, solamente tristeza y dolor. Ambos extrañaban a Carmen.
Cuando la esperanza agonizaba en su interior, escuchó los ladridos de Guadaña. Corrió hacia la dirección de donde provenían, conforme avanzaba, notó que la niebla se disipaba. De repente, se asombró de hallarse a los pies de la montaña. Estaba seguro que no había recorrido un trayecto tan largo. Quizás el temor que sentía le impidió percatarse de cuanto había caminado. Los persistentes ladridos del perro, se originaban en lo profundo del bosque, un verde mar de pinos que cubría la montaña entera. Mateo se abrió paso entre el follaje. Hilos de luz atravesaban las frondosas ramas de los árboles.
El olvido no había derruido aquella funesta mañana de su memoria. Carmen, su esposa, estaba exhausta. El cáncer había ganado una guerra de diez años. La despedida fue tan larga como dolorosa. Habló con ella hasta el momento final. Viendo el alivio en su rostro, finalmente pudo sollozar.
—Carmen—gimoteó.
Reunió la poca fuerza que le restaba e impelió a su cansado espíritu tras el rastro de Guadaña. Pronto, llegó hasta una cueva, en cuya entrada se hallaban osamentas de distintos animales. El olor a sangre lo precipitó hacia las entrañas de la montaña. Con cada paso dado, un terror jamás experimentado iba estremeciéndole el tuétano. Trastabilló varias veces antes que finalmente se estrellase contra el suelo. Intentó levantarse, mas no lo consiguió. Tenía el pie derecho atrapado dentro de algo. Encogió su brazo izquierdo, así pudo apoyar el torso sobre la áspera superficie para voltearse bocarriba. Deprisa, se incorporó, sacó el encendedor que traía en el bolsillo trasero de su pantalón y lo encendió. La fulgurante flama reveló que lo retenía.
—¿Guadaña? —balbuceó.
La cabeza decapitada del can yacía empalada en su pie, sin ojos ni lengua, el pelaje empapado en sangre coagulada. Mateo Peláez extendió sus temblorosos brazos y tomó a Guadaña. Lo cobijo en su regazo. Deslizó sus dedos por los contornos de las vacías cuencas y soltó un desolador llanto. El eco sólo hizo más estruendoso aquel lamento. Un bramido aún más estrepitoso perturbó su momento de duelo. Alzó la cabeza. Una horrenda criatura lo aguardaba. Era una amalgama de despojos animales. Arrojó los restos de Guadaña a un lado y se puso de pie presurosamente. Lleno de rabia y fuera de sí, se abalanzó contra el monstruo. La aberrante criatura lo sujetó de los brazos y tiró de ellos con tal fuerza, que acabó desmembrándolos. La sangre se desparramaba a la vez que un inconsciente Mateo Peláez caía bruscamente al suelo.
La criatura se inclinó sobre su víctima, con un contundente golpe le atravesó el esternón y extrajo el aun palpitante corazón. Introdujo el órgano dentro de su podrido pecho y una profunda tristeza se produjo en él. Volvió la mirada hacia la cabeza de Guadaña y la contempló un largo rato antes de perderse entre las sombras de la cueva, mientras recordaba el rostro de una mujer llamada Carmen y de un viejo perro llamado Guadaña.
“Scythe!” he shouted again and again.
A swirl of terrifying images plagued Matthew's mind. He could not lose the one who genuinely felt his loss. No false tears, no empty condolences, only sadness and grief. They both missed Carmen.
As hope agonized within him, he heard Scythe's barking. He ran towards the direction from where they came, as he advanced, he noticed that the fog was slowly dissipating. Suddenly, he was astonished to find himself at the foot of the mountain. He was sure he had not come such a long way. Perhaps the fear he felt prevented him from realizing how far he had walked. The dog's persistent barking came from deep in the forest, a green sea of pine trees that covered the entire mountain. Mateo made his way through the foliage. Threads of light pierced the leafy branches of the trees.
Oblivion had not wiped that dismal morning from his memory. Carmen, his wife, was exhausted. The cancer had won a ten-year war. The farewell was as long as it was painful. He talked with her until the final moment. Seeing the relief on her face, he was finally able to sob.
“Carmen” he whimpered.
He gathered what little strength he had left and urged his weary spirit after Scythe's trail. Soon, he came to a cave, at the entrance of which were the bones of various animals. The scent of blood rushed him into the bowels of the mountain. With each step he took, a terror he had never experienced before was shaking his marrow. He staggered several times before he finally crashed to the ground. He tried to get up, but he couldn't. His right foot was trapped inside something. He shrugged his left arm, so he could rest his torso on the rough surface to roll over onto his back. Hastily, he sat up, pulled out the lighter he had in his back pants pocket and lit it. The flickering flame revealed what was holding him back.
“Scythe?” he stammered.
The decapitated head of the dog lay impaled on his foot, eyes and tongue missing, its fur soaked in coagulated blood. Mateo Pelaez reached out his trembling arms and picked up Scythe. He took him into his lap. He slid his fingers along the contours of the empty sockets and let out a desolate cry. The echo only made the wail louder. An even louder roar disturbed her moment of mourning. He raised his head. A hideous creature awaited him. It was an amalgam of animal carcasses. He tossed the Scythe's remains aside and scrambled to his feet. Filled with rage and beside himself, he lunged at the monster. The aberrant creature grabbed him by the arms and pulled them with such force that he ended up dismembering them. Blood spilled out as an unconscious Mateo Pelaez fell abruptly to the ground.
The creature bent over his victim, with a forceful blow pierced his sternum and extracted the still beating heart. He thrust the organ into his rotting chest and a deep sadness came over him. He turned his gaze towards Scythe's head and gazed at it for a long time before losing himself in the shadows of the cave, while he remembered the face of a woman named Carmen and an old dog named Scythe.
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